¿ Qué significa ser Socialista a comienzos del siglo XXI ?

Presentación
Hemos creído importante traducir y editar este cuaderno de formación política del Partido
Socialista francés, teniendo presente el fundamental aporte, tanto intelectual como en
realizaciones concretas, que dicho partido ha realizado al movimiento Socialista mundial. Un
Socialismo que siempre consideró inseparable la lucha social por una mayor Igualdad, de la
profundización de la Democracia y de la Libertad.
Fue en París donde se conformó la Internacional Socialista, esta vez integrada por los
recientemente constituidos partidos Socialistas, a diferencia del primer congreso de 1864, al
que acudieron las incipientes organizaciones gremiales de los trabajadores. Aquel congreso de
1889, fue realizado en el año del centenario de la Revolución Francesa como reafirmación de
la convicción de seguir luchando por sus principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Un movimiento que dio pensadores y activistas como Jean Jaurès, quien a comienzos del
siglo XX se preguntaba: "¿Pero está condenado el hombre a no comprender la libertad sino
como facultad de explotar a otros hombres?, ¿Está condenado a no comprender lo infinito
sino como el crecimiento ilimitado de la riqueza opresiva? Hoy no es permitido, no es posible
tener esclavos, ¿y ha disminuido por ello la Libertad?... ...No hay nadie hoy entre los vivos
que padezca por no tener esclavos" . Es posible preguntarnos entonces, a comienzos de un
nuevo siglo, si no es hora de emprender una lucha frontal para erradicar la pobreza, para que
todos disfrutemos en la misma plenitud de la Libertad. Infatigable luchador por la Paz, murió
asesinado a manos de un fanático nacionalista, por su decidida oposición a lo que la historia
denominaría Primera Guerra Mundial.
La década de los ochenta y hasta mediados de los noventa, el Socialismo francés volvió a
tener un protagonismo determinante en la vida política francesa e internacional, bajo el
liderazgo de Francois Mitterrand. Francia fue un bastión de lo social, en pleno auge de la
revolución conservadora que lideraron Thatcher en Gran Bretaña y Reagan en los Estados
Unidos. Nos decía Mitterrand, en un discurso pronunciado frente al Parlamento Europeo en
enero del '95: "No nos equivoquemos: los mercados no son más que instrumentos, no son más
que mecanismos que están gobernados, muy a menudo, por la ley del más fuerte, mecanismos
que pueden conducirnos a la injusticia, la exclusión y la dependencia, a menos que el
necesario contrapeso sea provisto por aquellos que puedan hacer valer su legitimidad
democrática. Al lado de los mercados, hay espacio para actividades económicas y sociales
basadas en los conceptos de solidaridad, cooperación, asociación, reciprocidad y el interés
común, en definitiva, los servicios públicos".
Hoy es Leonel Jospin, primer ministro francés socialista, quien nos dice "que los Socialistas
estamos de acuerdo con la economía de mercado, pero rechazamos la idea de una sociedad
de mercado". Son los mismos principios y valores, que adaptados a las nuevas circunstancias,
se aplican a través de la acción de gobierno.
Henry Weber, secretario de formación del PS francés, en el trabajo que reproducimos en las
páginas siguientes, persigue este objetivo de demostrar la continuidad en el tiempo, y su plena
vigencia en nuestros días, de los ideales que dieron origen a nuestro movimiento. Por eso para
responder a la pregunta que titula este trabajo, en primer lugar recurre a las raíces de nuestro
pensamiento, en un todo de acuerdo con Francois Mitterrand quien nos decía que:
"desconocer nuestras raíces, separarnos de ellas, constituye el gesto suicida de un idiota".
3
Define como los tres grandes objetivos del accionar Socialista, luchar por una democracia
social y participativa, darle a todas las mujeres y hombres la posibilidad de modelar la
sociedad futura y asumir el compromiso por humanizar la sociedad poniendo la economía al
servicio del pueblo. Para luego preguntarse cómo se llevan a la práctica en la actualidad
aquellas líneas de pensamiento y guías para la acción, previo repaso de cómo las mismas ya
han contribuido a transformar positivamente la realidad a lo largo de todo el siglo XX. La
conclusión es que sigue siendo fundamental defender, consolidar y profundizar la democracia,
ya no sólo fronteras adentro sino a escala mundial; hoy se hace imprescindible regular la
globalización y la nueva revolución tecnológica; aprovechar las posibilidades que ofrece el
desarrollo tecnológico que está liberando al hombre de las tareas rutinarias, lo que hace
necesaria una nueva reducción de la jornada laboral, para permitir distribuir entre todos el
trabajo existente y abrir la posibilidad de una sociedad caracterizada por una mayor
utilización individual y social del tiempo libre.
En el capítulo siguiente se aborda en detalle la aplicación del pensamiento socialista en la
actual realidad política francesa, donde el Socialismo es integrante mayoritario de una
coalición de gobierno denominada la Izquierda Plural, que también integran Comunistas y
Verdes.
Por último Henry Weber, reproduce fragmentos de una conferencia el la cual confronta el
pensamiento Socialista con las distintas vertientes del pensamiento político y económico, para
contextualizar con claridad en el conjunto del arco político nuestros principios y valores.
También encuentra espacio para polemizar con los planteos de la llamada "Tercera Vía",
impulsada por el Nuevo Laborismo británico.
Sería injusto finalizar esta presentación sin agradecer a la Fundación Jean Jaurès, cuyo aporte
económico hizo posible la traducción e impresión de este material. Queremos extender éste
agradecimiento al permanente trabajo que la Fundación realiza no sólo en Francia, sino en
todo el mundo para difundir los ideales del Socialismo Democrático, facilitando el encuentro
y promoviendo el diálogo de sectores progresistas, apoyando los movimientos y partidos
políticos que luchan por la Democracia y la Justicia Social.
Alfredo Lazzeretti
Director Escuela Ernesto Jaimovich
Septiembre 2001
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CUADERNOS DEL
DEL PARTIDO SOCIALISTA FRANCES
Julio de 1999
¿QUÉ SIGNIFICA SER SOCIALISTA
EN EL SIGLO XXI?
Henri Weber
Secretario nacional de Formación
del Partido Socialista francés
Traducción del francés revisada pos Susana Delbó
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Sumario
Introducción
¿QUÉ ES EL SOCIALISMO?
1. Bregar por una democracia social y participativa
2. Preparar nuestro futuro colectivo
3. Civilizar, humanizar la sociedad
ACTUALIDAD DEL SOCIALISMO DEMOCRÁTICO
1. Defender, consolidar, profundizar nuestra democracia
2. Ordenar la globalización y la nueva revolución tecnológica
· Para una nueva arquitectura del sistema financiero y monetario
· Para la Unión europea y la cooperación internacional
3. Por una civilización del tiempo libre
· Cinco objetivos
¿QUÉ SIGNIFICA HOY EN DIA SER SOCIALISTA?
1. ¿Quiénes somos?
2. ¿Quiénes son nuestros enemigos y quiénes nuestros adversarios?
3. ¿Qué proyecto proponemos?
DEBATE
1. Socialismo democrático y capitalismo
2. Socialismo democrático y liberalismo
3. Socialismo y justicia social
4. Socialismo y comunismo
5. Socialismo democrático y totalitarismo
6. El buen uso de los ideales políticos
7. Tres se reducen a una
8. “Tercera vía”: ¿dónde están las divergencias?
RESUMEN
¿Qué significa ser socialista hoy en día?
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INTRODUCCIÓN
¿Qué significa ser socialista hoy en día?
· La palabra socialismo aparece por primera vez en francés en 1831, bajo la
pluma de Pierre Leroux (Obras completas – artículo 1851). Contrariamente a
lo que se piensa comúnmente, esta palabra no se oponía entonces a
capitalismo o a propiedad privada, sino a individualismo y comunismo. “Yo
escribí la palabra socialismo por primera vez, escribe Pierre Leroux en 1863.
Significaba entonces un neologismo, un neologismo necesario. Forjé esta
palabra para establecer una oposición a un individualismo que comenzaba
entonces a prosperar”
En los albores de este siglo XXI, el socialismo lleva las riendas, no dejamos de repetirlo, en
once de los quince países de la Unión Europea, y constituye la principal fuerza de alternancia
allí donde se encuentra en la oposición como en España.
Esta fuerza de los partidos socialistas contrasta con la debilidad de las otras familias de la
izquierda, y especialmente con la de nuestros “hermanos enemigos comunistas”, gravemente
golpeados por el fracaso de los Países del Este.
Sin embargo ¿en qué, precisamente, estos partidos son todavía socialistas?, pregunta
irónicamente un coro abigarrado de comentadores. Los partidos social-demócratas han
renunciado a la conquista del poder por la violencia revolucionaria y se han incorporado a la
democracia parlamentaria a comienzos del siglo XX. Han renunciado a la colectivización de
las empresas y adherido a la economía de mercado inmediatamente después de la Segunda
guerra mundial. 1 En ambos casos, los socialistas franceses siguieron este movimiento, con un
poco de atraso, pero terminaron por seguir los pasos.
Ahora bien, lo que constituía la originalidad del socialismo, su diferencia con todas las otras
familias de la izquierda republicana y democrática - observan esos buenos apóstoles - ¿no era
acaso la cuestión de la propiedad privada de los medios de producción y de intercambio?
El punto en común de la mayoría de los teóricos socialistas, ¿no era acaso la de imputar a esta
propiedad privada la responsabilidad de todos nuestros males: la explotación de los
trabajadores, la división de la sociedad en clases antagónicas, la confiscación por parte de los
dominantes de los incentivos del Estado, la alineación del hombre en la inhumana lógica de la
carrera por los máximos beneficios y una acumulación sin fin del capital?
La abolición de la propiedad privada de los medios de producción y de intercambios, la
socialización de las empresas, ¿no constituían acaso las propuestas distintivas de todas las
corrientes socialistas?
¿Qué queda del socialismo – se preguntan – cuando éste ha renunciado a este acto de fe?
¿Cuál es la diferencia entre los socialistas que han adherido a la economía de mercado con los
liberales que aceptan un mínimo de solidaridad social? ¿Cuál es la diferencia entre el PS de
François Hollande, el RPR de Philippe Seguin o la UDF de François Bayrou?
1 En los años 30, la social-democracia de los Países Escandinavos; a fines de los 70 y comienzos de los 80, los
socialistas de Europa latina. No obstante la fecha simbólica es la del congreso del SPD alemán en Bad
Gödesberg, en 1959.
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En realidad, nos dicen estos lúcidos observadores, el socialismo, utopía del siglo XIX, estaría
muerto en sus dos ramas: la rama autoritaria y la rama democrática.
La autoritaria, por el quiebre de los Países del Este y la toma de conciencia del horror
totalitario. La democrática, por sus pérdidas sucesivas de substancia y su disolución en el
liberalismo social.
En la sociedad de la información en la cual estamos inmersos, las divergencias políticas
opondrían ahora, en tiempos calmos, a los liberales de derecha y a los liberales de izquierda.
Y en tiempos agitados, a los liberales de toda obediencia con los populistas autoritarios.
Como utopía, ideología, proyecto de sociedad, programa político, movimiento social, forma
original de partido, el socialismo, lo mismo que el comunismo, pertenecerían al pasado y a la
Historia.
No es la primera vez, desde que existe, que el socialismo ha sido enterrado de esta manera. Su
primera oración fúnebre data de 1850, después del aplastamiento de las luchas obreras de
junio de 1848: un cierto Luis Reybaud, economista de profesión, declaraba entonces: “al
menos se ha terminado con el socialismo y sus confusas doctrinas”. Los mismos refranes en
1898, cuando Georges Sorel escribe su ensayo sobre la “descomposición del marxismo”; en
1915, cuando Lenin dobla las campanas del “social-chauvinismo” en su panfleto “El fracaso
de la Segunda internacional” y anuncia el triunfo universal del comunismo. Nueva esquela de
defunción en 1933, luego de la victoria de Hitler en Alemania; en 1959, después del congreso
de Bad Gödesberg del Partido social demócrata alemán, que repudia el marxismo y preconiza
“la economía social de mercado”; en 1993-94, luego de las azotadoras derrotas electorales del
PS francés y de las fracasos repetidos de la social-democracia alemana y británica...
Esto no impidió a los partidos socialistas continuar poco a poco su camino. Hoy en día, la
Internacional que forman desde 1889, reúne ya no unos veinte partidos famélicos como en sus
comienzos, sino a más de 140 partidos, de los cuales numerosos son partidos de gobierno.
El error de estos sepultureros sucesivos consiste en haber adoptado una definición demasiado
restrictiva del socialismo. Este siempre fue rico en su diversidad. En el momento de su
fundación, los seguidores de saint-simonianos no estaban de acuerdo con los fouriétistas, los
proudhonianos polemizaban con los marxistas y éstos a su vez echaban a los anarquistas de la
Primera Internacional2. La historia continuó. Si se asimila el socialismo a tal o cual de sus
figuras históricas – por ejemplo el marxismo -, entonces la única conclusión que cabe es la de
su desaparición.
En realidad, el socialismo no se reduce ni a la abolición de la propiedad privada de las
empresas, ni a la gestión planificada de la economía, ni a los modelos escandinavos o alemán
del Estado Providencia, ni evidentemente al colectivismo burocrático y a la dictadura
totalitaria del Partido-Estado que durante tanto tiempo castigaron a los Países del Este.
Su definición es mucho más amplia. Para comprender lo que realmente es el socialismo, hay
que volver a su génesis, es decir dos siglos atrás.
2 Esta diversidad es señalada por el mismo Marx. En el “Manifiesto comunista” presenta y discute largamente
sobre “socialismo pequeño-burgués” (Proud´hon), socialismo aristocrático, socialismo y comunismo utópicos
y críticos (Saint-Simon, Fourier, Owen...)
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¿Qué es el socialismo?
El socialismo nació hace más de 150 años como consecuencia del choque entre los ideales de
la Revolución francesa y las realidades de la revolución industrial. Fue inventado mucho
antes de Marx y lo sobrevivirá. La Gran Revolución había proclamado grandes principios:
Libertad, Igualdad, Fraternidad; Derechos Humanos y del Ciudadano, soberanía popular...
La revolución industrial, la expansión del capitalismo, engendraron, algunos decenios más
tarde, la cuestión social. Millones de proletarios, de campesinos desarraigados, erraban en las
rutas o se agolpaban en los arrabales de las ciudades buscando un trabajo, en un estado de
gran indigencia y total precariedad.
· ¿Qué podía significar para estos obreros la Libertad de conciencia, de opinión
o de expresión, obligados a trabajar de 14 a 16 horas diarias durante los 7 días
de la semana, 52 semanas por año?.
· ¿Qué podía significar para ellos la Igualdad, en una sociedad donde los
propietarios podían vivir de sus rentas, mientras que los obreros eran
duramente explotados, amenazados por el desempleo, la enfermedad, el
accidente, y que además se veían obligados a hacer a trabajar a sus hijos lo
antes posible?
· ¿Qué podía significar para ellos la Fraternidad, cuando se encontraban
sometidos al poder discrecional de sus empleadores, sin ningún derecho salvo
el de obedecer y agradecer aquel a quien le debían la gracia de ganar el pan
cotidiano?
· ¿Qué podían significar para ellos los Derechos Humanos y del Ciudadano, la
soberanía popular, cuando no tenían ni partidos, ni periódicos, ni siquiera – en
muchos casos – el derecho de voto y estaban sometidos a condiciones
draconianas en cuanto a sus ingresos o su domicilio?
La realidad de la condición obrera a lo largo del siglo XIX constituía una negación absoluta
de los principios de la Revolución de 1789. No había Libertad-Igualdad sino Presión,
Injusticia, Explotación del hombre por el hombre, como todavía ocurre en nuestros días en
algunos “países emergentes”.
Así en los años 1830 parecía que había que rehacer todo. La gran Revolución parecía haberse
detenido en el camino. Sus grandes principios sólo se habían convertido en hecho y
disfrutados por los que dominaban. Para el pueblo, en cambio, no eran más que simples
enunciados, privados de contenido. Se hacía necesario un 1789 obrero. Era bastante común
en la izquierda en ese siglo XIX la idea que había que retomar y terminar la Revolución. Fue
en su nombre que los radicales, por ejemplo, editaron las leyes de separación entre la Iglesia y
el Estado, instituyeron la Escuela laica, gratuita y obligatoria y levantaron el estandarte del
anticlericalismo.
Los socialistas participaron plenamente en este combate por la consolidación y
profundización de la República. Además, salidos del mundo obrero, tienen dentro de la
izquierda una innegable vocación para defenderlos y representarlos, de allí su particular
vocación por las cuestiones sociales.
Este acta de nacimiento da el “código genérico” del socialismo. En tanto movimiento
histórico, el socialismo se define mediante tres aspiraciones solidarias – no una, no dos sino
tres!. Responde a tres cuestiones fundamentales que no han perdido en absoluto su valor.
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1. Bregar por una democracia social y participativa
“La democracia, es un mínimo de socialismo;
el socialismo, es el máximo de democracia.”
Jean-Jaurès
La primera de estas aspiraciones es la aspiración democrática. A lo largo de los siglos XIX y
XX, los partidos socialistas han estado obsesionados con esta cuestión: ¿cómo hacer para que
los derechos y las libertades proclamadas por la Revolución francesa sean reales y efectivas
para todos, incluso “para los de abajo”, es decir los obreros, los empleados, los campesinos?
Esta es la aspiración de una “República social”.
La respuesta del movimiento obrero reside ante todo en la reivindicación de una generación
de derechos, los derechos económicos y sociales, cuya conquista o consolidación ocuparon
todo el siglo XX y poco a poco transformaron la condición salarial: derecho al trabajo, al
reposo, a un salario mínimo, a horarios máximos, a la jubilación, a la salud, a la vivienda, a la
protección contra riesgos sociales como el desempleo, la enfermedad, los accidentes, la vejez,
la viudez...; derecho a la educación, a la formación profesional, al tiempo libre, a la cultura...
Esta tercera generación de derechos, llevada en su seno específicamente por el movimiento
obrero, vino a agregarse a las primeras generaciones: la de los derechos civiles y la de los
derechos políticos, confiriéndoles un nuevo contenido.
La primera generación de derechos fue conquistada por la burguesía de las ciudades, a
veces por las armas, en su lucha plurisecular contra el poder señorial y mediante la
instauración del Estado de derecho. Implica el derecho de seguridad – prohibición de toda
detención arbitraria, prohibición de condenación sin un proceso justo y equitativo-, el derecho
de circulación, el derecho de gozar libremente de sus bienes, la libertad de conciencia y de
culto... todos estos “Derechos humanos” dan lugar en Inglaterra, ya en el siglo XVII, a la
institución del “habeas corpus”3, que serán codificadas luego en la “Declaración de
independencia de los Estados Unidos” de 1776, y en la “Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano”, de 1789.
La segunda generación de derechos reúne los derechos y las libertades políticas: libertad de
opinión, de expresión, de petición, de asociación, de manifestación; derecho de huelga,
derecho de sufragio; libertades sindicales, libertad de prensa.
El movimiento obrero y socialista luchó por la defensa y la consolidación de los derechos
civiles. También desempeñó un papel decisivo en la instauración de los derechos y de las
libertades políticas, especialmente en la lucha por el sufragio universal. Constituyó la fuerza
motriz y fue el actor principal en este largo combate por la institución de los derechos
económicos y sociales.4
Sin embargo, si los derechos civiles y políticos – los que se denominan también a veces los
“derechos-libertad” – pueden ser reconocidos e instituidos sin una reorganización profunda de
la sociedad, no pasa lo mismo con los derechos económicos y sociales. Esta “tercera
3 Habeas corpus: procedimiento de verificación de la legalidad de la detención de un individuo y del respeto de
su integridad física durante su presentación ante el juez; literalmente: “que tengas el cuerpo”. Por extensión,
designa todas las garantías que se deben otorgar a la persona que se juzga.
4 La derecha liberal se mostró favorable a los derechos civiles pero reticente al desarrollo de los derechos
políticos: “no se implantará jamás el sufragio universal, ese sistema absurdo”, decía Guizot, algunos días antes
del estallido de la revolución de 1848, hostil a la institución de los derechos económicos y sociales.
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generación de derechos”, llamados también significativamente “derechos-créditos” porque
los mismos le crean al Estado una obligación positiva y no sólo una obligación negativa,
suponen contar con importantes recursos y sólo pueden ser garantizados si la sociedad se da
los medios de honrarlos.
Hablar de derecho a la protección social no tiene ninguna significación si no existen las
correspondientes cajas de seguro por enfermedad, por desempleo, para la jubilación, provistas
con los recursos necesarios; el derecho a la vivienda no es más que un señuelo si no existe una
política activa de construcción, de urbanismo y de ayuda; el derecho al empleo exige una
política económica, social, fiscal, apropiada; el derecho a la formación y a la cultura requiere
un servicio público de Educación nacional desarrollado.
El funcionamiento espontáneo de la economía capitalista no permite garantizar estos
derechos. Esa fue la gran lección del siglo XIX y de comienzos del siglo XX: la economía
capitalista representa ese sistema de destrucción-creadora descrito por Schumpeter. Ningún
otro sistema económico fue capaz de provocar, en el largo plazo, tantas innovaciones y
riquezas. Pero su capacidad destructiva – de la sociedad y de la naturaleza – también se reveló
temible: crisis económicas, desempleo masivo, explosión de las desigualdades, inseguridad
social, contaminación, degradación de la calidad de vida, exacerbación de las luchas sociales
y políticas. Periódicamente el capitalismo socava las bases mismas de la democracia, su
zócalo económico.
La “democracia social” a la que aspira el naciente movimiento obrero – democracia no sólo
para las elites sino también para el pueblo – exige otra organización de la economía y de la
sociedad. En esto, el socialismo supera al democratismo (o republicanismo) incluso radical.
Lleva en su seno no sólo otro orden político – la democracia participativa -, sino también otro
orden económico y social.
La extensión y profundización de la democracia requieren también una reforma de las
instituciones. Los conservadores liberales profesan en general una concepción restrictiva,
mínima, de la democracia. Para ellos, la democracia se reduce al derecho acordado al pueblo
de designar y de sancionar periódicamente a sus gobernantes. En su condición de ala activa
del movimiento democrático, los socialistas tienen una concepción más amplia de la soberanía
popular: objetan que la delegación del poder no sea más que un puro y simple abandono del
poder, y aspiran a poner en práctica una democracia participativa que asocie estrechamente
a las organizaciones populares – sindicatos de asalariados, asociaciones – en la elaboración y
el control de su aplicación5.
Al instituir, allí donde gobierna, una “democracia de la ley negociada”, la social-democracia
contribuyó a superar las debilidades de la democracia parlamentaria y amplificó
considerablemente el peso de las clases populares en el Estado.
2. Preparar nuestro futuro colectivo
5 Los sociólogos han denominado “democracia neo-corporatista” a esta articulación entre la democracia
parlamentaria y la “democracia social”, es decir esencialmente a este poder contractual de los sindicatos y de las
asociaciones. La “democracia de la ley negociada” conoció su más amplio apogeo en los países de una poderosa
social-democracia: Países Escandinavos, Austria, Alemania, Gran Bretaña. Pero también se desarrolló en Francia
bajo formas específicas: basta con pensar en el peso de los sindicatos de educadores y, en menor medida, en las
asociaciones de padres de alumnos en la conducción de la Educación nacional; del peso de la FNSEA y del
CNJA (sindicatos) en la política agrícola... de los sindicatos de asalariados y empleados en la política económica
y social.
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“El socialismo no se reduce a una cuestión
de salarios o, como se dice, de estómago. Es ante
todo una aspiración a un re-acomodamiento del cuerpo
social que tiene por efecto de situar de manera diferente
el aparato industrial en el conjunto del organismo, de
sacarlo de la sombra donde funciona automáticamente,
para ponerlo a la luz y al control de la conciencia.”
Emile Durkheim6
El socialismo se define a continuación mediante una segunda aspiración tan importante como
la aspiración a una auténtica democracia, a la que se une y la completa: se trata de la
aspiración a la preparación o dominio de nuestro futuro colectivo. Esto responde a una
segunda cuestión: ¿Cómo organizar la sociedad para que no sea una jungla donde las libres
iniciativas de cada uno terminen en una lucha de todos contra todos y en unos resultados que
nadie quiso ni previó? ¿Cómo organizarla para que los hombres y mujeres que la componen
ya no sean juguetes de fuerzas que ellos mismos suscitaron pero que al mismo tiempo se les
escapan y les imponen unas leyes inhumanas?
La respuesta de los conservadores liberales es el “laisser-faire” (dejar hacer). Ellos dicen que
dejando a cada uno el máximo de libertad en la búsqueda de sus intereses egoístas, la sociedad
llega a alcanzar el interés general. La intervención del Estado, con los efectos perversos que
conlleva, aleja a la sociedad de este interés general.
Los partidos socialistas fueron al principio, y durante mucho tiempo, partidos de clase,
partidos de obreros y de asalariados. Por experiencia, ellos no creen en el mito de la “mano
invisible del mercado”. La idea que la libre competencia entre los empresarios desemboca en
lo optimo económico y social no corresponde a su propia experiencia.
Los asalariados, como lo vemos todavía hoy espectacularmente en Asia del Sudeste, en
América latina e incluso en la opulenta Europa, resultan las primeras víctimas de las crisis
económicas que engendran periódicamente la especulación o el exceso de “laisser faire”.
La convicción que las regulaciones espontáneas de la economía – mediante la ley de la oferta
y la demanda, la competencia -, son necesarias pero no suficientes; que deben ser completadas
o, en la versión marxista, reemplazadas por regulaciones concientes y voluntarias, resulta
constitutiva del socialismo, tanto como el ideal democrático. 7
Lionel Jospin lo sintetizó con una frase, en agosto de 1998 en la Universidad de verano de La
Rochelle: “el capitalismo es una fuerza que va, pero que no sabe adonde va!”. Librada a sí
misma, puede desembocar en la degradación de la naturaleza y en la desagregación de los
lazos sociales.
¿Cómo dominar el funcionamiento y la evolución de nuestras sociedades y, ante todo, de
sus economías?
Los socialistas han respondido de diversas maneras. Los saint-simonianos preconizaban una
alianza entre los “industriosos” – ingenieros, obreros, empresarios, técnicos -, en los que
reposa el progreso técnico, contra los “ociosos”, los rentistas y otros parásitos.
6 Emile Durkheim: “Se denomina socialista toda doctrina que reclama la incorporación de todas las funciones
económicas, o de algunas de ellas que actualmente son difusas, en los centros directores y concientes de la
sociedad”. “Le Socialisme”, Paris, Alcan, 1928. Reedición PUF, 1971
7 Emile Durkheim, op.cit.
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Los marxistas no veían otra salida que la socialización de las empresas y la planificación
centralizada de la producción. Esta propuesta tuvo un gran éxito pero su aplicación condujo a
un formidable fracaso allí donde se implantó, sin ninguna excepción: la estatización de la
economía destruyó el espíritu de la empresa, el modo de producción burocrático se reveló
mucho menos productivo y mucho más animal de rapiña que la economía de mercado.
Los social-demócratas de Europa del Norte y del Centro trajeron, entre los años 30 y 50 del
siglo XX, una respuesta diferente. Sus términos son bien conocidos: economía mixta – es
decir una economía de mercado corregida por la intervención del Estado y de los
interlocutores sociales -; Estado de Bienestar – es decir, un Estado que garantiza a los
ciudadanos no sólo contra la inseguridad pública sino también contra los riesgos sociales -;
políticas públicas de apoyo a la demanda y a la inversión; negociaciones colectivas
permanentes entre los sindicatos y la patronal. Al capitalismo “manchesteriano”, caro a los
liberales – que nosotros designamos como “capitalismo salvaje” -, los social-demócratas
opusieron el “capitalismo organizado”8; al “modelo californiano”, los modelos “sueco” o
“renano”.
Esta respuesta suscitó una gran adhesión durante medio siglo. Dio a nuestras democracias
europeas, durante mucho tiempo, una tranquilidad y una especificidad: dinamismo
económico y progreso social, eficacia y solidaridad, crecimiento fuerte y reducción de las
desigualdades.
A finales de los años 80, los países con una fuerte social-democracia eran los que tenían las
tasas de desempleo más bajas, los salarios más altos, la mejor protección social. Agregaré que
el costo del trabajo y las tasas de deducciones obligatorias (cargas sociales + impuestos) eran
también las más elevadas, prueba que las relaciones entre crecimiento, empleo, salarios,
protección social y redistribución de ingresos no son tan simples y unívocos como los
liberales intentan demostrar.
Durante medio siglo, entonces, se pudo garantizar un cierto dominio de la evolución
económica. Pero esta respuesta sólo era válida para economías relativamente cerradas, cuando
lo esencial de la producción, del consumo y de los intercambios se efectuaba dentro del
mercado nacional, bajo la vigilancia del Estado.
La globalización de la economía y la nueva revolución tecnológica precipitaron la crisis del
compromiso social-demócrata surgido después de la guerra, lo que obligó a los nuevos
dirigentes socialistas a buscar unas nuevas respuestas mejor adaptadas a las nuevas
condiciones de su accionar. Aquí estamos. Todos los partidos socialistas investigan una
“nueva vía”, y el debate sobre esta cuestión ha tomado vuelo dentro del PSE (Partido de los
socialistas europeos) y de la Internacional socialista.
Que esta “nueva vía” coincida con la “tercera vía” preconizada por el “Nuevo laborismo” de
Tony Blair ya es otra cosa. Los socialistas escandinavos, alemanes, franceses e italianos se
sitúan en otras posiciones. De esta confrontación de ideas surgirá sin dudas la luz.
3. Civilizar, humanizar la sociedad
8 Joseph Hilferding: “Le capital financier”, 1911. También se habló de “economía concertada”, de “economía
social de mercado”, etc.
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“Una sociedad donde el libre desarrollo de cada uno
será la condición del pleno desarrollo de todos”
Karl Marx
Por último, el socialismo se define por su respuesta a una tercera cuestión: ¿En qué tipo de
sociedad deseamos vivir? ¿Qué jerarquía de valores deseamos hacer triunfar?. Aquí aparece
una tercera aspiración de los asalariados: su voluntad de que la economía esté al servicio de la
sociedad y no la sociedad al servicio de la economía. El socialismo imputa al capitalismo el
ser la primera y única sociedad en la Historia de la humanidad que pone a los valores
económicos – enriquecimiento, producción, acumulación -, por encima de los otros valores.
Producir bienes y servicios cada vez más rápido y cada vez más se ha transformado, en esta
sociedad, en un fin en sí mismo. Así los individuos aparecen clasificados en función del lugar
que ocupan en la jerarquía de la riqueza.
El socialismo se subleva contra esta escala de valores en la que percibe una inversión de los
fines y de los medios. Se opone a la generalización de las relaciones mercantiles en todas las
esferas de la sociedad. Trata de preservar de esta ley de la ganancia a los sectores de la
sociedad donde se forja la cohesión social y nacional: escuela, cultura, salud, seguridad,
protección social, comunicación... y donde resulta esencial defender particularmente la
igualdad de oportunidades.
Coloca en el vértice de esta jerarquía de valores a la creación y al goce cultural, a las
actividades propiamente humanas – artísticas, científicas, políticas -, que tienen que ver con el
orden de la libertad y no de la necesidad. De allí su compromiso constante en la batalla por la
reducción del tiempo de trabajo obligatorio. El socialismo no desea sólo liberar al hombre en
el trabajo, garantizando el enriquecimiento de las tareas, la polivalencia y el respeto de los
derechos de los asalariados. Desea también liberar al ser humano del trabajo de ejecución,
repetitivo, rutinario, embrutecedor, para que pueda dedicar más tiempo y energía a actividades
que le permitan desplegar su libertad y realizar sus potencialidades.
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Actualidad del socialismo democrático
¿Cómo se expresan hoy las tres aspiraciones fundadoras que acabamos de evocar?¿Cómo se
presentan las tres cuestiones a las cuales el socialismo pretende dar una respuesta?
Aunque les moleste a los pesimistas y a los gruñones, debemos constatar que dos siglos de
lucha del movimiento obrero y socialista tuvieron varios efectos positivos en nuestras
sociedades. Se lograron en Occidente grandes progresos en cuanto a la democracia, al
ordenamiento económico y a la humanización de nuestras sociedades.
Aunque tampoco faltaron las regresiones; han surgido nuevos obstáculos, aparecieron nuevas
amenazas; por eso la lucha por la democracia social sigue siendo aguda.
· A nivel internacional, el ideal democrático se fue imponiendo poco a poco. A la toma
de la Bastilla, en 1789, corresponde la caída del Muro de Berlín en 1989. Luego del
derrumbamiento del totalitarismo comunista, el fin del apartheid en Sudáfrica, el retiro
de los militares en América Latina, el advenimiento de la democracia en España, en
Grecia, en Portugal..., muchos se dejaron llevar por la euforia y proclamaron el triunfo
planetario de la democracia y del Estado de derecho. Algunos llegaron incluso a
decretar el “fin de la Historia”. 9
En nuestro país, el objetivo de la paridad entre hombres y mujeres para el acceso a los
mandatos electivos fue inscrito en la Constitución. Se produjeron nuevos progresos en
la esfera de los derechos económicos y sociales. La renta o ingreso mínimo de
inserción (RMI) fue completado mediante la ley contra la exclusión y la de la
cobertura-enfermedad universal (CMU). Fue reactivada la descentralización a fin de
posibilitar una mayor cercanía entre el poder y los ciudadanos.
Pero, al mismo tiempo, se produjo una reaparición del desempleo masivo, un alza del
trabajo precario, la crisis del Estado de Bienestar, el aumento de la desigualdad, la
explosión de la delincuencia, los marginados, la degradación de las condiciones de
vida en ciertas periferias,... esta inseguridad, social y política, en nuestras sociedades
produjo un alza de la xenofobia y del racismo e infló las velas de la extrema derecha.
Hoy en día, el zócalo mismo en el que nuestra sociedad fue edificada, se encuentra
atacado.
· Fueron realizados grandes progresos en lo que respecta a la organización de nuestro
futuro colectivo. Las crisis financieras y económicas, por lo general devastadoras para
los países emergentes, no pudieron ser evitadas así como tampoco las crisis de
reconversión en los países industrializados. Pero las instituciones económicas
internacionales – Banco mundial, FMI, BRI...-, y los gobiernos de los Estados más
desarrollados, supieron circunscribirlas y, hasta el presente, sobrellevarlas.
El extraordinario crecimiento estadounidense, junto con el de Europa hoy – y
especialmente de Francia -, parece confirmar que la economía mundial ha entrado en
un nuevo ciclo de expansión a largo plazo, fundado en la rápida difusión de nuevas
tecnologías de la información y de la comunicación, la apertura de los mercados al
Este y al Sur, así como el bajo costo de la mano de obra asalariada a escala
9 Francis Fukuyama: “La fin de l´Histoire”, in “The National Interest”, Los Angeles, 1989.
15
internacional. Pero este nuevo ciclo expansivo difiere al menos en dos puntos del
precedente, llamado de “los treinta gloriosos” (1945-1975).
La ausencia de una economía dominante, como lo era la estadounidense entre los años
50 y 60), la crisis del sistema monetario internacional desde 1971, las carencias de los
sistemas de regulación, le confieren una fragilidad que no tenían los treinta gloriosos.
Las nuevas relaciones de fuerza entre asalariados y empleadores en el mercado de
trabajo, inclinan pesadamente la balanza a favor del capital en la repartición de los
frutos del crecimiento. Esta situación agudiza las desigualdades. La nueva ola de
expansión a largo plazo no está al abrigo de un accidente del camino. No faltan los
“Casandras”, incluso entre los mismos partidarios (y beneficiarios) del sistema 10, que
anuncian periódicamente la inminencia de una catástrofe.
De modo que, a la cuestión siempre actual referida a la necesidad de poner un orden a
los ciclos económicos, se agrega otra no menos decisiva y referida a la necesidad de
poner en orden la nueva revolución tecnológica: revolución de las nuevas tecnologías
de la información y de las comunicaciones y revolución de las bio-tecnologías.
· Por último, tratándose del proyecto de sociedad, la social-democracia europea logró
contener en parte el imperialismo de los mercados, desarrollando los servicios
públicos y/o imponiendo a las empresas privadas una legislación y unos controles
realizados por agencias independientes de regulación. El tiempo de trabajo pasó de
una media de 2000 horas por año en 1954, a 1600 horas; la tasa de escolarización de
los jóvenes en la enseñanza secundaria dio un salto positivo; las industrias de la
información y de la comunicación facilitaron el acceso a los bienes culturales. Es
difícil no ver más que una vasta máquina para embrutecer en esta multiplicación des
ramos de cadenas temáticas, de CD-rom, de micro-ordenadores o computadoras, de
video-cassettes, de Internet.
Los valores hedonistas y epicúreos, centrados en el placer inmediato, la espontaneidad,
la realización de sí mismo, conocieron una espectacular popularidad, en detrimento del
culto al trabajo, de la frugalidad y del ahorro, de la prudencia y la moderación
característicos del capitalismo puritano y ascético del siglo XIX. Los especialistas en
ciencias humanas discuten sobre “las contradicciones culturales del capitalismo”11,
viendo en el mismo uno de los motores del sublevamiento internacional de la juventud
en 1968.
No obstante, estos logros son hoy en día discutidos en nombre de los imperativos de la
competencia internacional. Para seguir en el campo de los vencedores en la guerra
económica mundial, los asalariados son “invitados” a trabajar más y a renunciar a sus
“costosas” conquistas sociales, presentadas como indebidos privilegios.
En los comienzos de este siglo XXI, hay que cuidarse mucho de no caer en el
desaliento como tampoco en un plácido optimismo. El desaliento es el terreno
ideológico abonado por los extremismos. El plácido optimismo incita a la pasividad.
10 Georges Soros: “La crise du capitalisme mondial. L´intégrisme des marchés”, Paris, 1998, Ed.Plon
11 Daniel Bell: “Les contradictions culturelles du capitalisme”, Paris, 1979, PUF. Gilles Lipovesky: “L´ère du
vide”, Ensayo sobre el individualismo contemporáneo, Paris, 1983, Ed.Gallimard. Christopher Lasch: “Le
complexe de Narcisse”, Paris, 1980, Ed.Lafont. Richard Sennet: “La tyranie de l´intimité”, Paris, 1979, Ed du
Seuil.
16
Muchos progresos fueron cumplidos pero nada está sólidamente adquirido y queda
todavía tanto por hacer como lo que ya se hizo.
Las grandes aspiraciones que dieron origen al socialismo democrático no han perdido
en absoluto su agudeza. Por el contrario, exigen nuevas respuestas, implican nuevos
combates y, en consecuencia, una fuerza política organizada para conducirlos. La
social-democracia es la juventud del mundo.
1. Defender, consolidar y profundizar nuestra democracia
Tratándose de la democracia, se hace necesario volver a sus fundamentos. En efecto, la
democracia sólo puede alcanzar su plenitud cuando la seguridad, pública y social, de los
ciudadanos se encuentra garantizada. Caso contrario, el temor del mañana, la angustia del
desorden, alimentan una demanda cada vez más fuerte de autoridad y de comunidad orgánica,
caldo de cultivo de fundamentalismos, populismos y nacionalismos xenófobos. Defender
nuestra democracia significa ante todo reducir el desempleo, restablecer poco a poco el pleno
empleo, renovar nuestros servicios públicos y nuestro sistema de protección social, luchar
contra la delincuencia y la criminalidad, lograr la integración de los inmigrantes, proponer a
los Franceses un proyecto colectivo ambicioso, para que puedan afirmar su identidad
proyectándose hacia el futuro y no solamente mirando el pasado.
Con la ley de las 35 horas, la creación de empleos-jóvenes, la estimulación del crecimiento
económico mediante la reactivación de la demanda interior y la inversión, la creación de la
moneda única y del Consejo del Euro, la ley contra la exclusión, la cobertura-salud universal,
etc, nuestro gobierno trabaja para reconstituir progresivamente las bases económicas mismas
para un buen funcionamiento de la democracia.
También trabaja en la modernización de nuestras instituciones: sus proyectos de ley contra el
cúmulo de mandatos, por la paridad hombre-mujer, la reforma del Senado, la reorganización
de la Justicia, el nuevo impulso a la descentralización, la reducción de la duración de todos los
mandatos electivos a 5 años, el desarrollo del derecho y de las autoridades administrativas
independientes... El mayor tiempo de descanso, obtenido con la reducción de la jornada de
trabajo, debería favorecer el desarrollo de una activa ciudadanía, ya que es evidente que la
participación en la vida asociativa y política exige disponer de ratos libres.
En el mismo sentido debería actuar el desarrollo de la educación y de la formación, en todas
sus formas, y especialmente en lo que concierne a la institución progresiva de la “escuela
fuera de sus muros” o de la “escuela para toda la vida”.
Han aparecido nuevos poderes, o bien han cambiado de escala y de naturaleza: el poder
mediático de las grandes empresas del audiovisual, el poder científico y técnico de los grandes
laboratorios, el poder de los mercados y de las empresas transnacionales. Estos centros de
poder instan a efectuar nuevas regulaciones que los gobiernos socialistas se esfuerzan en
poner en práctica, así como el desarrollo de contra-poderes.
La difusión de nuevas tecnologías de la información y de la comunicación constituye también
un enorme desafío democrático.
¿Servirán estas nuevas tecnologías para el advenimiento de nuevo “taylorismo” en las
empresas, con esos “soplones electrónicos” incorporados en las computadoras que reemplazan
a los antiguos cronómetros? ¿Traerán aparejadas nuevas desigualdades? O bien, ¿permitirán,
por el contrario, un progreso de la democracia y de la civilización?. Todo dependerá de las
políticas que seamos capaces de llevar a cabo.
17
Ya lo vemos: la batalla por el advenimiento de la democracia social debe continuar, en
nuestro país y a escala de la Unión europea. Batalla en la que se han atenuado las diferencias
dentro de la izquierda después que los comunistas rompieron con el stalinismo y adhirieron a
la democracia pluralista. Estas diferencias siguen siendo fuertes con los conservadores
liberales, que se han resignado a hundirse en una sociedad dual, o, como dicen nuestros
amigos alemanes, en la “sociedad de los dos tercios”: dos tercios de incluidos y un tercio de
excluidos.
2 Ordenar, dominar la globalización
y la nueva revolución tecnológica
La repercusión de la crisis financiera internacional, en septiembre de 1998, recordó, por si
fuera necesario, que la cuestión del ordenamiento o dominio de nuestro futuro colectivo no
está en absoluto dirimida. Esta vez no se trató, como en 1997, de una flaqueza de países
periféricos, aunque importantes, de la economía internacional – como Corea del Sur,
Tailandia, Indonesia, Rusia -, sino que venía del centro mismo de las metrópolis capitalistas.
El 23 de septiembre de 1998, cuando se conoció la quiebra de los fondos de inversión
estadounidenses LTCM (Long Term Capital Management), el establishment económico y
financiero occidental tuvo realmente miedo de un crack bancario y comercial de gran
importancia, que precipitara la economía mundial en una profunda deflación. Debemos
admitir que este fondo especulativo de Nueva York, dirigido por el gurú de Wall-Street, John
Meriwether, flanqueado para hacer mejor figura por dos premios Nobel de economía, Robert
Merton y Mirón Shcoles, había perdido, según el economista estadounidense David Krügman,
la bagatela de 600 mil millones de dólares! Su liquidación habría conllevado la caída de 25
grandes bancos norte-americanos y europeos. El salvataje in extremis del LTCM y de todo el
sistema bancario fue posible por la autoridad y celebridad de Alain Greespan, presidente del
banco central de los Estados Unidos (FED). Ese día, las elites gobernantes sintieron
escalofríos. Pero nada fue realmente organizado para evitar una nueva desventura de este tipo.
La burbuja especulativa sigue como siempre. Se infla, día a día, hasta la próxima vez. “El
talón de Aquiles del capitalismo - comentó Felix Rohatyn, antiguo asociado del Banco Lazard
y actual embajador de los Estados-Unidos en Francia y conocedor en la materia -, es que no
puede dejar de especular.”12
En los países del Sudeste asiático, decenas de millones de asalariados han perdido su empleo;
sus familias se encuentran en la miseria. Los bancos japoneses tienen un gravamen de 1000
mil millones de dólares de créditos dudosos; la China tiene cada vez más dificultad para
defender el yuan y nada garantiza que los miles de millones de dólares prestados al Brasil por
el FMI lleguen a impedir la extensión de la crisis en toda América latina.
Es cierto, siempre puede haber algo pero también es cierto que, desde los años 30, se ha
progresado bastante en este aspecto de la “gestión en caliente” de las crisis económicas. No
obstante, incluso los turiferarios más incondicionales del sistema reconocen que el mismo no
está al abrigo de un crac financiero de consecuencias incalculables. 13
12 Declaración ante la sociedad Risques et Société, el 16 de diciembre de 1998. LTCM había tomado posiciones,
según el profesor Elie Cohen, por un monto de 1300 mil millones – equivalente al PNB de France – con una base
de capital de 5 mil millones de dólares.
13“La próxima crisis financiera será aun más grave que las crisis asiáticas y rusa, dice por ejemplo Patrick Artus,
economista de la Caja de Depósitos (que incluimos en la categoría de los turiferarios incondicionales!) porque
esta será la crisis del dólar y del conjunto del sistema internacional” (Le Monde. 15 de mayo 1999)
18
Esta crisis financiera y económica de 1997 recuerda oportunamente que los capitalistas no son
esos parangones de la ciencia y de la sabiduría que pretenden encarnar. Mucho de ellos
invirtieron en los fondos especulativos – los hedge-funds – con la misma soltura con que antes
lo habían hecho en el inmobiliario o en los países emergentes. El peso adquirido por el
capitalismo financiero no ha mejorado la racionalidad del sistema, sino todo lo contrario.
Los grandes accionistas sueltan alaridos cuando los asalariados reivindican aumentos del 3%
pero exigen para ellos mismos utilidades del 10 al 15%, mientras que la productividad del
trabajo sólo progresa en un 2,5% anual. Estas pretensiones conducen indefectiblemente a las
instituciones financieras a tomar riesgos, en una escalada imprevisible. La economía
estadounidense, que lleva las riendas del crecimiento mundial desde hace 8 años, es sin
embargo frágil. Sentada sobre una montaña de deudas con respecto al mundo exterior y sobre
una “orgía de créditos internos”, la prosperidad estadounidense puede, sin dudas, venirse
abajo.
La opacidad del sistema, con la proliferación de establecimientos bancarios exóticos,
desprovistos de reglas prudenciales, los paraísos fiscales, las operaciones fuera de balance...,
todo esto facilita enormemente esta fiebre especulativa. Frente a esta economía “casino” en la
que el sol no pone jamás – cuando cierra la Bolsa de Tokio, se abre la de Londres; cuando
cierra la Bolsa de Londres, se abre la de Nueva York -, los Estados y las instituciones
monetarias y financieras internacionales son cada día más impotentes. Le mundo aprovechó
muchísimo – aunque de manera desigual – este aumento de los intercambios y de la
internacionalización de la producción. 14 Ahora existe el riesgo de sufrir gravemente las
consecuencias de esta situación si no se hace algo para organizar, reglamentar, encuadrar los
mercados y, ante todo, los mercados financieros.
· Para una nueva arquitectura del
sistema financiero y monetario
La acción de los socialistas para restablecer y reforzar un control de los ciudadanos y de los
Estados sobre la evolución económica, incluye tres capítulos: 1) promover una “nueva
arquitectura” del sistema financiero y monetario internacional. 2) Construir la Unión europea
e imponerla como actor económico, financiero y monetario de primer plano. 3) Trabajar por
una mejor organización de la sociedad internacional, apoyándose en los grandes bloques
continentales constituidos sobre el modelo de nuestro mercado común.
Frente a la tempestad monetaria y de la Bolsa que sacudió al mundo en 1998, el gobierno
francés de la “izquierda plural” envió a sus asociados de la Unión europea, 12 propuestas,
cuya finalidad era mejorar el funcionamiento del sistema financiero internacional y promover
un nuevo Bretón-Wood15. La mayor parte de estas propuestas fueron adoptadas en la cumbre
de ministros de Finanzas, en Viena, los días 2 y 3 de octubre de 1998, y sometidas luego a
consideración de las asambleas anuales del FMI y del Banco Mundial.
14 En el curso de los años 80, las inversiones a largo plazo en los países emergentes llegaron a alrededor de 30
mil millones de dólares por año; se acrecentaron en los años 90 para llegar a los 656 mil millones de dólares en
1997. Estas inversiones permiten reforzar considerablemente el potencial de crecimiento de países cuyas
necesidades en equipamiento son importantes y cuyos recursos nacionales del ahorro son débiles.
15 Fue en Bretón-Wood, USA, en 1946, que fue instituido el sistema monetario intenacional, fundado en la
convertibilidad en oro del dólar, lo que garantizó una estabilidad de los intercambios hasta 1971, fecha en la que
el Presidente Nixon decretó el fin de la convertibilidad oro-dólar y, al mismo tiempo, el flotamiento general de
las monedas.
19
Este “memorando” francés proponía dar al FMI los medios necesarios para actuar: ante todo,
los medios materiales, obteniendo del Congreso estadounidense un aumento de sus recursos
financieros – 18 mil millones de dólares por año -; luego los medios políticos, transformando
el actual comité interino en un auténtico gobierno del FMI, que apruebe por votación las
orientaciones estratégicas.
Proponía también garantizar una mayor transparencia del sistema financiero exigiendo que las
reglas prudenciales – es decir las reglas que se considera pueden garantizar la solidez de los
organismos financieros -, se apliquen no sólo a los bancos sino también a las otras
instituciones financieras, incluso a los “centros offshore”.16 Por añadidura, los bancos, los
fondos de pensión, los fondos de inversiones, deberían comunicar todas las informaciones
sobre su situación a las instituciones públicas.
Por último, proponía abrir los mercados de capitales de los países emergentes de una manera
más progresiva y más ordenada, a fin de limitar los efectos desestabilizadores de la libertad de
circulación del capital. Así, en caso de una crisis verificada, los países emergentes podrían
hacer jugar las “cláusulas de salvaguardia financiera” que les consintieran, en acuerdo con el
FMI, recurrir a un control de cambios.
Siguieron otras propuestas apuntando a la reforma del Banco de Reglamentos Internacionales
(BRI), a constituir un Consejo de seguridad económica, bajo la égida de la ONU, a poner en
funcionamiento un embrión de sistema monetario internacional, mediante de creación de una
serpiente monetaria con amplias bandas de fluctuación, agrupando al dólar, el euro y el yen,
siguiendo el modelo del SME (Serpiente monetaria europea)... A crear asimismo una tasa
sobre los movimientos de capitales, según las recomendaciones de James Tobin17, con vistas a
frenar la especulación y poder financiar el desarrollo del “tercer-mundo”.
Todas estas propuestas tienen por objeto reforzar la transparencia del sistema financiero
internacional y la capacidad de intervención de los poderes públicos y de las agencias
independientes de regulación.
· Para la Unión europea y la
cooperación internacional
Esta capacidad de intervención pasa, y quizá sobre todo, por la organización regional: la
construcción de la Unión europea puede restituir a los Estados-nación del viejo continente el
poder de regulación económica y financiera que los progresos de la globalización le han
hecho perder en gran parte.
El euro se transforma poco a poco en una moneda de reserva internacional. Su solidez se
confirmó durante la crisis del 98: basta comparar la estabilidad de las tasas de cambio y de las
tasas de interés de los 11 países adheridos, con los movimientos erráticos que sus respectivas
monedas padecieron durante las crisis precedentes de 1992 y 1994.
16 Centres offshore, etimológicamente: fuera de las orillas. Designa establecimientos bancarios implantados en
territorios (generalmente islas) que gozan de ventajas fiscales. Dominique Strauss-Kahn denunció con sus
nombres a una decena de estos centros financieros “off-shore”, el 23 de junio de 1999, al concluir la conferencia
europea sobre desarrollo. Citó en particular los centros en las Islas Caimán y Marshall, de Antigua y Barbuda, de
Jersey y de Guernesey (Le Monde, 26-06-99)
17 James Tobin: este premio de Nobel de economía propuso, hace ya más de veinte años, tasar al 0,01% las
transacciones financieras de corto plazo, a fin de frenar los movimientos masivos de capitales.
20
Al bajar fuertemente las tasas de interés de la Unión, en abril de 1999, el Banco central
europeo tomaba en cuenta esta situación, al mismo tiempo que mostraba su preocupación de
apoyar el crecimiento y el empleo y no sólo defender la moneda.
Los días 2 y 3 de marzo de 1999, en Milán, la Convención sobre Europa del Partido de los
socialistas europeos adoptó, en presencia de trece jefes de gobierno, un Manifiesto de 21
puntos, mediante el cual los dirigentes socialistas y social-demócratas de Europa se
comprometían a coordinar sus políticas presupuestarias, financieras, industriales y
comerciales, a fin de garantizar un crecimiento fuerte, durable y rico en empleos, en toda la
región.
Incluso antes que se produjera la guerra de Kosovo, se tomaron decisiones importantes en
cuanto a una defensa europea autónoma, sobre todo durante la cumbre franco-británica de
Saint-Malo.
Esta idea que la Unión europea, polo de prosperidad y de estabilidad en Europa, debe
constituir una fuerza de organización de la economía mundial y de la sociedad internacional,
se ha impuesto más allá de la social-democracia.
Tomar en nuestras manos nuestro destino colectivo significa generalizar estas formas de
organización continentales – ALENA en América del Norte, MERCOSUR en América del
Sur, ASEAN en el sudeste asiático -, y su cooperación para la creación de un nuevo orden
mundial.
El control, incluso relativo, de las fuerzas del mercado ya no es posible a escala nacional. La
contradicción clásica de la social democracia: cómo controlar u organizar las fuerzas del
mercado, respetando al mismo tiempo el marco y las leyes de la economía de mercado, no es
más insoluble hoy en día que en los años 30. Para poder superarla es necesario construir la
Europa política y contar con una mejor organización de la sociedad internacional.
Hay que llevar el poder público (y el poder sindical) al nivel de organización alcanzado por
los mercados y las grandes empresas, a fin de reconquistar una soberanía en parte perdida,
sobre todo en el campo económico. Objetivos ambiciosos, difíciles por cierto, pero no
imposibles de lograr.
3 Por una civilización del tiempo libre
La tercera cuestión que el socialismo democrático intenta responder - ¿en qué sociedad
deseamos vivir?, ¿qué civilización deseamos inventar? -, también fue profundamente
renovada debido a la globalización y a la nueva revolución tecnológica. Esta revolución
informática y de las bio-tecnologías difiere de las revoluciones precedentes18 por su poderío y
su ritmo de progresión.
Las capacidades de las computadoras se duplican cada 18 meses, al tiempo que reducen su
precio y su volumen. Lo que valía 5 millones de francos hace 15 años, vale hoy 5000 francos
y valdrá 500 francos dentro de 15 años. Un micro-ordenador de 1999 dispone de más potencia
de cálculo que un ordenador grande de 1980, y un simple teléfono celular realiza 30 millones
18 Se piensa, clásicamente, en la primera revolución industrial: la de la máquina a vapor, del ferrocarril, del
trabajo en la fábrica del siglo XIX; y en la segunda: la de la electricidad, del motor a explosión, del fordismo, de
comienzos del siglo XX.
21
de cálculos por segundo. En mayo de 1996, Garry Kasparov, campeón del mundo de ajedrez,
le ganaba al ordenador IBM “Deep Blue”. Un año más tarde, fue vencido por el ordenador de
la generación siguiente, “Deeper Blue”, dos veces más potente que su predecesor y capaz de
examinar 200 millones de posiciones por segundo. Se ha calculado que si una industria de la
segunda revolución industrial, como la aeronáutica, hubiera hecho progresos comparables a la
de las computadoras, el Boeing 747 costaría 500 dólares, realizaría la vuelta al mundo en 20
segundos, con 10 litros de carburante y sería del tamaño de un dedal. 19
Estos progresos han revolucionado la robótica: de los robots para pintar en la industria del
automóvil, a robots para cargar y descargar; robots programables para el aprendizaje; a los
robots móviles autónomos multi servicios, capaces de extraer informaciones de su entorno y
de reaccionar, se agregan hoy los robots que fabrican “robóticamente” otros robots...
Las ciencias de los seres vivos también conocen progresos fulgurantes: gracias a la biología
molecular y genética, se seleccionan o se crean especies vegetales y animales más resistentes.
Se aíslan los genes responsables de enfermedades hereditarias. Se utilizan bacterias para el
tratamiento de los residuos o la degradación de contaminantes, la fabricación de productos de
química fina, farmacéuticos, agro-alimenticios. Las moléculas bioquímicas reemplazan al
silicium y el gallium en la fabricación de componentes electrónicos. Ahora, hasta es
técnicamente posible manipular el embrión humano y, en consecuencia, modificar el conjunto
de comportamientos genéticamente regulados desde la aparición de la humanidad.
No obstante, la mayor aceleración, en lo inmediato, ocurre con la conexión de la computadora
con el teléfono y la televisión, lo que se ha dado en llamar la revolución multimedios.
Gracias a las técnicas de numeración y de compresión, la capacidad de almacenamiento y de
transporte de la información fue desmultiplicada por un costo cada vez menor. Ahora es
posible transmitir la voz, la imagen y los textos bajo una misma forma y con el mismo
soporte. Las diversas redes de difusión y de información extienden sus telas de araña
simultáneamente: red telefónica (analógica y numérica), red de cable, red de telefonía móvil,
red de teledifusión satelital o hertziana...
Le faltaba a estas innovaciones el lugar de su confluencia. Vio la luz en la red Internet, en su
origen red militar, luego ampliamente utilizada por los científicos y por último, por el gran
público, cuando dos investigadores (uno estadounidense y otro francés) dotaron a la red del
elemento que provocó su gran suceso: la Web.
A partir de allí, Internet – la red de redes -, ha conocido un impulso fulminante, multiplicando
todos los años por dos el número de los que están conectados. En 1997 eran 50 millones. Se
estima que en el 2007 serán 1000 millones.
Esta tercera revolución industrial está en sus comienzos.
En los próximos años, transformará las formas de producir, de consumir, de comerciar, de
aprender, de cultivarse, de divertirse. Modificará la estructura y la organización del trabajo,
las relaciones de poder en cada sociedad y las relaciones de poderío entre las naciones.
Como las revoluciones tecnológicas precedentes, esta revolución puede ser la mejor o la peor
de las cosas, según lo que nosotros hagamos de ella. La revolución de la información y del
campo genético nos proyecta, en efecto, dos retos:
19 Jacques Robin: “Changer d´ère”, Paris, 1990, Ed du Seuil
22
¿Nuestro país será capaz de jugar un rol de primer plano en el desarrollo de las nuevas
tecnologías, como supo hacerlo durante las otras dos revoluciones industriales precedentes? O
bien, ¿se dejará distanciar esta vez por sus principales competidores, los Estados Unidos y el
Japón?
Este es el reto económico de la entrada en la “sociedad de la información”. La industria de los
multimedios, donde se reúnen la informática, las telecomunicaciones, el audiovisual,
constituye en el presente uno de los motores más poderosos del crecimiento y un yacimiento
importantísimo de empleos. Hoy en día, la parte de las NTIC en la economía estadounidense
es más significativa que la del automóvil o de la química.
Pero tan importante como todo esto, si no más, es el desafío “societal”.
¿Nuestro país será capaz de dominar estas nuevas tecnologías, tan ricas en promesas pero
también cargadas de amenazas? ¿Será capaz de ponerlas al servicio del progreso social, de la
democracia, de la cultura? O bien ¿se dejará dominar por ellas con el riesgo de sufrir una
regresión en todos los terrenos? Los socialistas deben responder a estos dos desafíos.
Cinco objetivos
La respuesta a la tercera aspiración del movimiento socialista: promover una sociedad donde
las mujeres y los hombres no serían en primer lugar y ante todo “agentes económicos” sino
personas, llamadas a desarrollar todas sus potencialidades humanas, se encarna hoy en 5
objetivos.
El primero reside en un doble dominio de la nueva revolución tecnológica de la que
acabamos de hablar
Dominio de las nuevas tecnologías, sin el cual nuestro país y Europa estarían condenados a la
dependencia y a la decadencia.
Dominio de la utilización social de estas tecnologías, para que las mismas estén al servicio de
la emancipación humana y no al servicio de una mayor sujeción a la voluntad de poderío de
los dirigentes o a las leyes del mercado. Este doble dominio pasa por un conjunto de medidas
que yo me contento aquí de enumerar: aprendizaje de los nuevos lenguajes y sobre los nuevos
útiles de comunicación y de información; equipamiento de establecimientos escolares con
computadoras; apoyo voluntarista al desarrollo de una industrial francesa de programas
pedagógicos multimedios, accesibles por Internet; medidas de aliento al traslado de
investigadores de los laboratorios a las empresas; desarrollo de “Silicon Valley” o de “ruta
128” francesas donde coexistirían y se fecundarían mutuamente las universidades, las grandes
escuelas, los centros de investigación de las empresas innovadoras; desarrollo del capitalriesgo,
fondos de amortización, “bonos de suscripción de creadores de empresas” para incitar
a los “managers” y a los investigadores a implicarse en las PME (pequeñas y medianas
empresas) innovadoras. Garantizar las reciprocidades entre particulares y empresas en
Internet; desarrollar los tele-servicios en la administración, los bancos de seguros, la salud, la
formación.
El segundo objetivo es la reducción del tiempo de trabajo
Gracias a las formidables utilidades que produce, la nueva revolución tecnológica permite, en
efecto, continuar y acelerar el proceso histórico de reducción del tiempo de trabajo, que nos
ha llevado, en un siglo, de una duración anual de 3600 horas a aproximadamente 1600. La
semana de trabajo de 35 horas, la de los cuatro días, está al alcance de la mano. El tiempo
23
libre, ese que cada uno dedica a las actividades de su preferencia, puede exceder,
rápidamente, el tiempo obligado, es decir, ese en el que las mujeres y los hombres están
“condenados a ganar su vida con el sudor de su frente”, según la antigua maldición, o más
modernamente hoy, con el desgaste de sus neuronas. Todavía no somos totalmente concientes
de la revolución que estos cambios profundos representan en la historia de la humanidad.
Representan el surgimiento de una sociedad donde la mayoría de los seres humanos – y no
sólo una elite – ya no estará consagrada sólo a una existencia de labor – con algunas pocas
horas de descanso -, sino que podrá acceder a los más altos goces humanos: lúdicos,
culturales, estéticos; esa sociedad ahora es posible por el tipo de fuerzas productivas que
desarrolla la humanidad. La base tecnológica del viejo sueño marxista: liberar al hombre no
sólo en el trabajo sino también del trabajo obligado, repetitivo, rutinario, fatigante, a fin que él
pueda dedicar sus fuerzas creadoras al logro de lo que lleva en sí mismo de mejor: el amor,
los hijos, los amigos, el ocio, la cultura, el arte, el estudio, la vida asociativa, sindical, política.
Esta base ahora existe. Todo el problema reside en saber con qué finalidad será utilizada. Ya
que no faltan los más negros pronosticos.
Robert Reich, profesor de economía de la Universidad de Harvard y ex ministro de
trabajo de Bill Clinton, presenta un análisis tremendamente sombrío de las
consecuencias sociales de la revolución informática en nuestras economías
mundializadas.
Según él, la sociedad de la información tiene sus vencedores: los trabajadores
intelectuales altamente calificados, productos de las nuevas tecnologías y ramas de la
economía mundial.
R. Reich los denomina los “manipuladores de símbolos” y los divide en
“identificadores de problemas”, “disipadores de problemas” y “agentesestrategas”,
capaces de poner en relación los primeros con los segundos.20
Esta sociedad, según él, tiene sus perdedores: los “trabajadores rutinarios” poco
calificados, que realizan tareas repetitivas en las administraciones y las empresas de
producción masiva. Esta categoría cubre lo que en Francia se denomina el “salariado
de ejecución”: obreros, empleados y cuadros medios encargados de controlarlos. Una
tercera categoría, en expansión, está representada por los trabajadores, asalariados o
independientes, del sector de servicios a las personas21.
Según este antiguo ministro del Trabajo de Bill Clinton, la categoría de los
“manipuladores de símbolos” – 20% de los empleos norteamericanos – verán
aumentar sus ingresos y su poderío. Los trabajadores rutinarios – 25% de la
población activa -, enfrentados a la competencia de la mano de obra extranjera y a la
automatización, sufrirán por el contrario una degradación de su situación. Los
trabajadores de servicios – 40% de los empleos ocupados por los Norteamericanos,
están protegidos de los efectos directos de la competencia mundial, pero también
están fuertemente sometidos a la competencia de la máquina. De modo que arriesgan
ver su situación estancada.
Sea cual fuere la opinión que uno se haga sobre estos análisis, lo cierto es que los
mismos señalan una importante verdad: sin una firme intervención de los poderes
públicos y del movimiento social, los frutos de la nueva revolución tecnológica pueden
20 En la categoría de manipuladores de símbolos, Reich coloca a los ingenieros, investigadores, informáticos,
abogados, expertos contables, consultores, consejeros financieros o fiscales, especialistas en organización,
publicitarios, realizadores, editores, periodistas, profesores universitarios... en resumen, lo que en Francia se
denominan trabajadores intelectuales altamente calificados, diplomados.
21 Empleados de comercio, de hoteles y restaurantes, de agencias inmobiliarias, enfermeros, empleadas/os
domésticas/os, niñeras/os, chóferes de taxi, secretarios/as, peluqueros/as, mecánicos, azafatas o stewards,
kinesio-terapéutas, guardias y agentes de seguridad.
24
ser acaparados por 1/5 de la población de nuestras sociedades en detrimento del 4/5
restante, cuyas condiciones de vida empeorarán. Un progreso económico sin
precedentes que no se traduciría en progreso social, sino al contrario, en una
regresión con consecuencias políticas graves.
Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación pueden desembocar en una
sobre-explotación del trabajo o bien en el trabajo precario. En numerosas empresas aparece un
“ciber taylorismo”, esos “delatores electrónicos” incorporados a las computadoras que
registran hasta el más mínimo gesto de los empleados y que resultan más eficaces que el más
meticuloso cronómetro. Además, con el desarrollo del trabajo a distancia – trabajo a domicilio
o deslocalizado -, algunos empleadores no resisten la tentación de transformar los asalariados
en seudo-trabajadores independientes, a los que les encargan las tareas de a poco, sin pagarles
más que unos seudo-honorarios. Luego del descubrimiento del trabajo a domicilio, se ha
reinventado el salario “por tareas realizadas”.
En los Estados Unidos, donde la nueva revolución tecnológica se encuentra más avanzada, se
puede constatar al mismo tiempo una explosión de desigualdades, el empobrecimiento de los
20% más pobres de la población, y un aumento de la jornada de trabajo. A pesar del
formidable crecimiento de la productividad, las vacaciones pagas siguen siendo muy cortas: 2
a 3 semanas por año, como máximo. Por último, las innovaciones aportadas por el fulgurante
progreso de las ciencias de la vida constituyen una amenaza todavía mayor: contaminaciones
genéticas contenidas en los organismos genéticamente modificados (OGM); clonación de
plantas, de animales y, dentro de poco, de seres humanos.
El tercer objetivo es el desarrollo de la “sociedad mixta” y el rechazo de una extensión
de las relaciones mercantiles en todas las esferas de la sociedad
Los socialitas reconocen los méritos de la economía de mercado. Ningún otro sistema
económico, hasta nuestros días, ha sido capaz de generar un tal flujo de innovaciones y
riquezas. Hizo desaparecer la penuria en nuestro continente. Este aspecto no se le escapó a
Karl Marx : “El Capitalismo es el primer modo de producción en la Historia de la
humanidad que sólo puede existir si se revolucionan sin cesar las fuerzas productivas y, en
consecuencia, el conjunto de las relaciones sociales”, escribía en el Manifiesto comunista,
hace más de 150 años.
Claro que todo sistema tiene sus límites y puede engendrar efectos imprevistos. De allí la
necesidad que el sistema esté bien equilibrado por medio de sistemas diferentes, cuyas lógicas
puedan compensar sus faltas y corregir sus efectos perversos.
Es por esta razón que los socialistas siguen siendo favorables a la “sociedad mixta” en el
plano económico, en la que se combinan el sector privado, los servicios públicos y el tercersector
de la economía social. El Estado debe vigilar, en particular, que exista un máximo de
igualdad de oportunidades en las esferas de la sociedad donde la cohesión social se trama: la
seguridad social, la justicia, y la administración, por supuesto. Pero también, en la educación,
la salud, la formación permanente, la vivienda, la comunicación, la cultura, el ordenamiento
territorial. Los socialistas defienden en Europa una concepción exigente del servicio público,
concepción que se acompaña de un cierto pragmatismo en cuanto a los medios – por eso en
ciertos casos entienden que se pueden delegar ciertas funciones al sector privado -; y en
cuanto a su perímetro – una actividad pueda dejar de ser un servicio público, otra puede
devenirlo. Nosotros no confundimos servicio público, sector público y monopolio público. No
hacemos del servicio público un fetiche como otros lo hacen con la empresa privada que,
según ellos, es siempre superior a la empresa pública. Nosotros combatimos las tendencias a
25
la burocratización y al corporativismo en el servicio público, exigimos que éste utilice el
dinero de los contribuyentes de la mejor manera posible y que ofrezca servicios de calidad a
los consumidores. Con lo que acabo de manifestar, expreso el sentimiento de la mayoría de
nuestros conciudadanos: mantenemos nuestra adhesión al espíritu igualitario e integrador de
nuestros servicios públicos y pensamos que los mismos constituyen una fuente de inspiración
para Europa.
Nuestro cuarto objetivo es el “eco-desarrollo”
La sociedad en que nosotros, socialistas, deseamos vivir, ansía desenvolverse en un medio
ambiente preservado, de convivencia agradable y, por qué no, estético. Nosotros llevamos a
cabo un combate de “ecologistas realistas” – en oposición a los ecologistas fundamentalistas -
, para defender la naturaleza, el medio ambiente y la calidad de vida. Este combate se traduce
políticamente, no por una adhesión al objetivo reaccionario del “crecimiento cero” y a su ideal
de frugalidad, sino por una adhesión al objetivo del “crecimiento durable”, definido a fines de
los años 80 por la Sra. Gro Brundtland, Primer ministro social-demócrata de Noruega: un
crecimiento respetuoso del medio ambiente y de los intereses de las generaciones futuras. Se
materializa en Francia mediante un conjunto de medidas que van de la diversificación de los
recursos de energía a la institución de una eco-tasa sobre las contaminaciones, pasando por
una reactivación de una ambiciosa política del ordenamiento del territorio y de la defensa del
patrimonio.
La sociedad en la cual nosotros deseamos vivir es una sociedad abierta hacia el mundo.
Los socialistas se oponen al nacionalismo de exclusión ensalzado por la extrema-derecha
y por una cierta derecha tradicionalista y nostálgica. Este es nuestro quinto objetivo
La sociedad a la que aspiran los socialistas es una sociedad que se sienta segura de sí misma,
de su identidad y de su cultura, y que, gracias a esa seguridad, abra los brazos a las diferentes
culturas.
Esta sociedad aspira a superar un provincialismo arrogante que caracteriza bastante todavía a
nuestro país, y con bastante frecuencia, y que le hace ignorar lo que se crea o lo que se piensa
fuera de sus fronteras. El patriotismo republicano que nosotros reivindicamos se funda, según
las palabras de Jaurès, en el amor de los suyos y no en el odio hacia los otros. La identidad
nacional que él exalta encuentra sus raíces en un pasado común, una voluntad presente de
vivir juntos bajo las mismas leyes, y un proyecto de futuro. Promover en el mundo los valores
de la República: Libertad, Igualdad, Fraternidad, Laicidad, Justicia social, Derechos
Humanos, valores todos ellos esenciales de la democracia moderna.
Este patriotismo republicano se adapta perfectamente a la pluri-pertenencia: a su región, a su
país, a la Unión europea, a Occidente, a la humanidad...lo mismo que a su religión, su etnia,
su clase social, su familia política...
Los valores y las instituciones laicas fueron inventadas, precisamente, para permitir esta
coexistencia armoniosa entre las pertenencias múltiples.
Esta sociedad es acogedora con los extranjeros y los inmigrantes. Se da los medios para
integrar a los inmigrantes (en situación regular) que deseen devenir ciudadanos franceses:
escuela, formación de adultos, vivienda, trabajo, protección social, derecho a voto no sólo en
las elecciones profesionales sino también, luego de 5 años de residencia, en las elecciones
locales; por último, busca facilitar los procedimientos de naturalización.
26
Qué significa hoy en día ser socialista?
Para responder a esta pregunta, debemos en realidad responder a tres interrogantes muy
precisos.
· ¿Quiénes somos nosotros, que reivindicamos el poder y lo ejercemos actualmente en
Francia así como en otros once países de la Unión europea? ¿Cuál es nuestro
principio de identidad?
· ¿Quiénes son nuestros enemigos y nuestros adversarios, los que combaten nuestro
accionar y se esfuerzan por dejarnos en la minoría? Este es el principio de oposición
(o de alteridad).
· ¿A qué aspiramos en el largo plazo? ¿Cuál es el proyecto de sociedad que está en la
base de nuestro accionar y que esclarece los convenios o acuerdos que llevamos a
cabo? Este es el principio de totalidad.
Cuando hayamos aportado una respuesta coherente a esta triple interrogación, estaremos
respondiendo a la cuestión que constituye el título de este cuaderno.
1 -¿Quiénes somos nosotros, los que apoyamos
el gobierno de Lionel Jospin y de la
“izquierda plural”?
Somos los hijos legítimos del movimiento democrático y del movimiento obrero. Nos
definimos tanto por la ideología como por nuestra base social. Nuestra ideología nos viene de
lejos. Del racionalismo tomamos la convicción que el mundo y la sociedad pueden ser
conocidos y transformados mediante una acción conciente y voluntaria del hombre;
del liberalismo político, la voluntad de defender los derechos del individuo contra los
gobernantes y los poderosos;
del humanismo, la idea que la sociedad deseable es aquella en la cada uno puede desarrollar
sus más excelsas aptitudes humanas;
de la filosofía de las Luces, su fe, a pesar de todo, en la Razón y en el progreso; en el
progreso por medio de la razón;
del universalismo, la convicción que la humanidad es una, que cada individuo lleva en sí
mismo todos los atributos de la naturaleza humana, y que ningún grupo tiene el derecho de
reivindicar privilegios particulares haciendo alarde de una supuesta superioridad intrínseca;
de los socialistas utópicos del siglo XIX – todos lo fueron, incluso el marxismo a pesar de
sus pretensiones al cientificismo -, la certeza que no existen soluciones individuales para los
males de nuestras sociedades, sino soluciones colectivas, y que, únicamente puede ser
considerado como emancipador, aquel orden mundial que restituya a los hombres el dominio
relativo de su vida en común.
Los socialistas no ignoran que entre los grandes valores de la República existen tensiones y,
en algunos casos, hasta contradicciones: el progreso de las libertades puede llevar, en ciertos
casos, a desigualdades entre los ciudadanos; la lucha por la igualdad puede conllevar una
restricción de las libertades. Su marca de fábrica es, justamente, asumir y administrar estas
27
contradicciones para poder tener en mano las dos puntas de la cadena: evitar que el progreso
de la libertad se efectúe en detrimento de la igualdad e, inversamente, que el combate por la
igualdad se realice en detrimento de la libertad.
Los comunistas no siguieron estos pasos en octubre de 1917 y así fue como se produjo el
cisma del movimiento socialista en la segunda y la tercera Internacional.
Los conservadores liberales sacrificaron la igualdad, de la que se preocupan bien poco, en
aras de la libertad, sobre todo de la libertad de emprender y de acumular, divergencia
profunda que los opone a los socialistas.
Los socialistas no confunden igualdad y sistema igualitario. No pretenden que “todos deban
ser iguales en todo” sino que “todos deben ser iguales (tener los mismos) derechos y
oportunidades” (lo que implica un cierto esfuerzo por una mayor igualdad de ingresos y de
condiciones). Están convencidos que libertad e igualdad deben avanzar al mismo paso. Sin
ese respeto por las libertades, la igualdad no es más que una nivelación “por abajo”, una
opresión y, por último, una vuelta a los privilegios que se otorgan los que detentan el poder
político. Sin una tensión hacia la igualdad, la libertad acaba en una sociedad con diferentes
velocidades, dividida, violenta, amenazada de disgregación.
Dos siglos después de la Revolución francesa, diez años después de la estrepitosa caída de la
URSS y del movimiento comunista internacional, resulta evidente constatar que el ideal
democrático constituye la gran idea revolucionaria de Occidente.
Este ideal significa mucho más que una cierta organización de los poderes: “el gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Señala o dicta la búsqueda de una misma o igual
posibilidad de acceso de cada uno a los “bienes raros”: riqueza, poder, prestigio. Se funda en
un postulado locamente atrevido: “todos pueden decidir sobre todo; todos son igualmente
competentes, activos, virtuosos”.
La democracia sólo puede mantenerse y desarrollarse tratando de aproximarse, lo más cerca
posible, a la realización de este presuntuoso postulado: producir un pueblo capaz de
comportarse como un soberano; es decir, suficientemente educado, responsable, tolerante,
preocupado por la cosa pública, que sea capaz de optar entre las orientaciones alternativas
que le proponen los partidos, elegir y controlar a sus gobernantes.
Es un ideal revolucionario tanto por lo que impugna como por lo que hacer surgir. El
principio igualitario combate, en efecto, todas las formas de discriminación: entre las clases,
entre las razas, entre los sexos y las tendencias sexuales, entre las naciones... La sed de
libertad desdeña todas las formas autoritarias de dominación, sólo considera como legítimos a
los poderes fundados en la competencia y en la elección; y que son, en consecuencia,
limitados, condicionales, circunscriptos, reversibles.
A condición que se ponga el acento, como lo hacemos nosotros, en los tres términos:
“Libertad, Igualdad, Fraternidad”, es exagerado hablar del orden subversivo de Occidente.
Esta consigna no ha perdido en absoluto su carga explosiva, como lo podemos constatar en
los cuatro rincones del mundo. En Rusia, en Brasil, en Sudáfrica y en la inmensa China, que
este año celebra el décimo aniversario de la revuelta de Tien-An-Men.
El anarquismo, los socialismos revolucionarios, el comunismo... no han sido más que
desaciertos – siempre desgraciados, a veces desastrosos – del movimiento democrático, o a
veces corrupciones por exceso de los ideales igualitarios y libertarios.
28
En el plano dela representación, el socialismo tiende por su propia naturaleza a expresar ante
todo los intereses y las aspiraciones de los asalariados (en actividad, en formación, jubilados,
desempleados...). La social democracia ya no es, como lo fue durante un tiempo, un partido de
clase, el partido de la clase obrera. Su base social se ha diversificado, tanto como se ha
diversificado el trabajo asalariado. Pero sigue siendo fundamentalmente portavoz político del
salariado. Su poderío depende de su capacidad para unificar y movilizar el mundo del trabajo
en todos sus componentes: nuevas capas asalariadas, altamente calificadas, en los servicios y
sectores tecnológicos de punta; obreros y empleados de sectores tradicionales, trabajadores
intelectuales...
A la pregunta ¿qué somos?, nuestro sistema de valores, nuestra ideología, nuestra filiación
histórica, nuestra base social e internacional, nos permiten responder sin ambigüedad: somos
demócratas sociales; somos el ala activa del movimiento democrático, el gran partido de la
Reforma social.
2 ¿Quiénes son nuestros enemigos y quiénes son
nuestros adversarios?
Después que los partidos socialistas rompieron con el marxismo y con su teoría del
antagonismo inexpiable entre las clases, la social-democracia parece no tener ya enemigos
sino sólo competidores en las luchas por el poder.
Los patrones se habrían transformado de “chupadores de sangre” en creadores de empleo; el
imperialismo estadounidense ya no sería el “Gran Satán” sino el brazo armado de las
democracias; Rusia tampoco sería ya el Imperio del mal, sino un país amigo que merecería
nuestra ayuda y consideración. Teníamos el Frente Nacional pero he aquí que este partido
acaba de estallar y su caída parece irreversible... “El Partido socialista es todo Amor,
ironizaba recientemente un ilustre sicoanalista. Su sigla – PS – significa en realidad Partido
Seráfico de Francia 22”.
Estas consideraciones son, por cierto, divertidas, pero caricaturales. Como representante
político del mundo del trabajo y como ala activa del movimiento democrático, el Partido
Socialista tiene evidentemente enemigos y adversarios, a pesar que su configuración no sea ya
la misma que hace 30 años.
En el plano político, nuestros enemigos son los enemigos de la democracia: los racistas, los
xenófobos, los antisemitas, los ultra-nacionalistas, los fundamentalistas, los autoritarios, los
nostálgicos del orden moral, los inconsolables del Imperio francés y de Vichy: todos los que
se reúnen en la extrema derecha y en la derecha extrema. Pero éstos ¿cuánto representan?,
¿sólo un 15 o 20% del electorado?. Tanto mejor. Esos 15 o 20% son ya demasiados. No
obstante, nosotros no hacemos un culto de la animosidad. Nuestro compromiso político no
funciona por resentimiento o por odios. Nuestra pasión es convocar y construir, no
estigmatizar o destruir. No hay que contar con la social democracia para exaltar el “odio de
clases” o para endemoniar sus opositores. Es contrario a sus valores.
Nuestros adversarios son los conservadores liberales: los que están convencidos que cuanto
menos intervenga el Estado en la actividad económica y social, mejor será para la economía y
22 Los Serafines son ángeles de primera jerarquía, representados con tres pares de alas. Seráfico: evoca los
serafines, los ángeles, la pureza.
29
la sociedad. Que la globalización nos impone renunciar a nuestras “ruinosas” conquistas
sociales y que la explosión de las desigualdades está en el orden natural de las cosas.23 Que la
democracia es proveedora de anarquía y por lo tanto debe ser cuidadosamente limitada y
encorsetada. Son estos que se hacen llamar – paradójicamente – “soberanistas”. ¡Nada
perjudicaría más nuestra soberanía nacional, en efecto, que la aplicación de su programa!.
En el plano de la civilización y las costumbres, nuestros adversarios son los tradicionalistas y
los rigoristas, nostálgicos de un orden moral enjuiciado en Mayo de 1968, y que ven en este
enjuiciamiento la razón de todos los desarreglos contemporáneos.
En el plano social, nuestros enemigos no son los empresarios en su conjunto, ni siquiera en su
mayoría. Son sólo aquellos empresarios que quieren hacer pagar a los asalariados, únicamente
a los asalariados, el precio de la globalización de la economía y de la revolución tecnológica.
Un cierto capitalismo financiero, gregario y especulador; un cierto empresariado rutinario
y rentista, que nada teme tanto como el riesgo, venga de la competencia, de la innovación o
del fuerte crecimiento.
Un cierto empresariado autoritario, que prefiere el ejercicio de un “poder de derecho
divino” a la concertación y a la negociación con los organismos sindicales. Un cierto
empresariado ultra-liberal, pero liberal a la francesa, es decir hostil a toda intervención
económica del Estado mientras las cosas marchan bien, pero que reclama esta intervención a
gritos cuando vienen las dificultades.
Un cierto empresariado “social sádico”, convencido que para incitar a los más carenciados a
buscar un empleo, hay que reducirles la ayuda social que el Estado les prodiga. Por el
contrario, para incitar a los más ricos a trabajar más, hay que aumentar sus ingresos... En
cambio, los auténticos empresarios, los dirigentes encaminados al crecimiento, la innovación
y el diálogo social, no son nuestros enemigos, ni siquiera nuestros adversarios, sino nuestros
socios y, en algunos casos, nuestros aliados.
A estos empresarios, felizmente más numerosos de lo que se podría creer, los socialistas
proponen una alianza (saint-simoniana) de fuerzas vivas, para afrontar la nueva revolución
tecnológica y la guerra económica internacional.
Una alianza de esta naturaleza, mutualmente ventajosa, tiene su precio. Nosotros lo
enunciamos en nuestra Convención nacional empleo-empresa, en marzo de 1998. En lo que
respecta a los empresarios, esta alianza excluye toda posibilidad que los mismos emprendan
estrategias de precarización generalizada del salario, que se resignen a un crecimiento blando
y al estatuto de “país industrial intermedio”, tecnológicamente dependiente de los “países
industriales líderes”.
Por el contrario, esta alianza implica su adhesión a una estrategia de modernización del
sistema productivo francés, que sea simultáneamente una estrategia de calificación de los
asalariados y de democratización de la economía. Paralelamente, se descarta que las
organizaciones sindicales y los partidos de la “izquierda plural” asimilen a todos los
empresarios con ese tipo de patronal rutinaria, sino que, por el contrario, reconozcan el rol
eminente que desempeñan los empresarios en nuestra sociedad.
23 Aquí reconocemos el famoso “consenso de Washington”, profesado por el FMI, el Banco mundial, la OCDE,
el simposio de Davos... - desreglamentación, privatización, baja de los gastos públicos, tasas de cambio fijas,
libre circulación del capital -, que dio origen a las “terapias de choque” impuestas tanto a los países del Sur como
del Este.
30
3 ¿Qué tipo de proyecto proponemos
en el mediano y largo plazo?
Con respecto a este punto, hemos pasado del triángulo marxista – nacionalizaciones,
planificación, autogestión -, al cuadrángulo social-demócrata: sociedad mixta, democracia
social, eco-desarrollo, civilización del tiempo libre. Queda claro que si en los años 70, aun
era posible concebir proyectos a largo plazo dentro de los límites de Francia, ya en los 2000
todo proyecto debe ser concebido en el ámbito europeo.
La sociedad mixta. Combina un sector privado comercial, con servicios públicos ampliados
y un tercer sector de economía social. La necesidad de renovar y modernizar los servicios
públicos no se confunde para nosotros con esa voluntad más o menos solapada de
desmantelarlos, propia de los neo-liberales. La combinación de nuestro sistema económico es
factor de equilibrio y fuente de fecundidad.
La democracia social. Implica la extensión de los derechos y libertades garantizados a los
individuos, tanto en su calidad de ciudadanos como de trabajadores.
La necesidad de luchar contra la “cultura de asistidos”, de dar vigencia al principio
republicano según el cual no hay derechos sin deberes, ni libertad sin obligación, no puede ser
confundido con la voluntad, propia a algunos neo-liberales, de suprimir los derechos
económicos y sociales, presentados como unos privilegios exorbitantes obtenidos por los
“dotados” de salario.
El eco-desarrollo. Ahora, cuando se satisfacen las necesidades fundamentales de la gran
mayoría y, pronto, las de todos, adquieren una creciente importancia los objetivos que
apuntan al mejoramiento de la calidad de la vida. Esta es la razón por la cual han surgido
movimientos y partidos ecologistas en la escena política y, más aun, sus temas han
impregnado todas las formaciones políticas: defensa del medio ambiente, mejoramiento del
marco de vida, desarrollo sustentable, la toma en cuenta de los intereses de las generaciones
futuras.
La social-democracia europea ha integrado la mayor parte de estas preocupaciones y muchas
de estas reivindicaciones en su programa. En general, se alía con los partidos ecologistas de
izquierda.
La civilización del tiempo libre . El socialismo que nosotros deseamos se da como gran
objetivo esa inversión de la que ya hemos hablado en el curso de estas páginas: instaurar en
nuestras sociedades un predominio del tiempo libre sobre el tiempo de trabajo obligado. Sin
dudas, esta inversión del tiempo dedicado al ocio y a la obligación constituye una verdadera
revolución cultural y un paso adelante para nuestra civilización. Con poco de esfuerzo, los
poderes públicos, las asociaciones, las empresas pueden acompañar este movimiento,
proponiendo a los ciudadanos-consumidores una rica y variada oferta de actividades que
garanticen que este tiempo libre conquistado no se convierta en tiempo vacío.
El marco para un proyecto de esta naturaleza es la Unión europea. Después de la
concretización del mercado único y la creación del euro, la social-democracia acomete ahora
la construcción de una autoridad económica común, capaz de coordinar las políticas
comerciales, industriales, y financieras de los Estados; de acelerar también el proceso de
armonización de sus sistemas fiscales y sociales. Está empeñada, además, en la edificación de
una defensa y de una diplomacia comunes. La guerra de Kosovo señaló la urgencia.
31
Por otra parte, examina realizar una reforma de las instituciones comunitarias, con un sentido
más federalista, reforma que se torna indispensable ante la inminente ampliación de la Unión.
Bajo su acicate, los gobiernos de los Quince y las autoridades de la Unión, desempeñan un rol
cada vez más importante en la consolidación y reorganización del sistema financiero
internacional, con el fin de prevenir las crisis financieras, monetarias y económicas. Mucho
queda por hacer en este aspecto, como ya lo vimos. Pero, al menos, existe una conciencia del
peligro y una voluntad de hacerle frente, que se traducen en propuestas y decisiones.
Sólo una Europa-potencia puede contribuir, en colaboración con los otros grandes
agrupamientos continentales, a reemplazar la guerra fría, no por medio de guerras calientes,
sino mediante un nuevo orden mundial basado en la cooperación entre las naciones para
lograr una masiva ayuda al desarrollo, la preservación de la naturaleza, la defensa de los
Derechos humanos.
Los partidos socialistas y social-demócratas abordan el Siglo XXI con la fuerza propia de una
larga experiencia política y una gran capacidad de adaptación. En su mayoría son más que
centenarios. Con frecuencia nos preguntan: ¿entre el socialismo marxista y revolucionario de
Jules Guesde y, a su manera, de Jean Jaurès, el socialismo humanista de León Blum, y el
reformismo modernizador de los actuales dirigentes del socialismo francés, hay una
continuidad?, ¿qué es lo que permite hablar de una misma familia política?. Las páginas
precedentes implican una respuesta a estas cuestiones: todas las generaciones de socialistas
estuvieron junto a “los de abajo”; todas buscaron responder a las tres aspiraciones básicas y
esenciales del movimiento socialista: garantizar la democracia para cada uno, dominarorganizar
el futuro colectivo, promover una sociedad del bienestar y del buen vivir para todos.
Los medios concebidos para alcanzar estos fines han variado, en función de las circunstancias
y de la experiencia. Pero los fines siguen siendo los mismos: democracia social, desarrollo
organizado, humanización de la sociedad. A todo esto le llamamos socialismo. Y seguimos
labrando este camino.
32
Debate
(este debate tuvo lugar luego de una conferencia pronunciada en 1998, en una reunión pública organizada por
la sección socialista de Brive-La-Gaillarde. Se extraen una parte de los mismos, que me parecen completar, de
manera útil, el texto principal).
1. Socialismo democrático y capitalismo
Pregunta: Mi cuestión se refiere a la segunda aspiración a la cual intenta responder,
según afirmas, el socialismo democrático: la voluntad de dominar-organizar la
evolución y el funcionamiento de nuestra sociedad.
¿Cómo es posible este dominio-organización en una sociedad capitalista, es decir en
una sociedad donde, en nombre de su derecho a la propiedad, a la libertad de
emprender y de administrar, los empresarios detentan el poder económico y
financiero, deciden soberanamente el nivel y la afectación de las inversiones y, por lo
tanto, el futuro?
¿Cómo organizar las fuerzas del mercado en una economía de mercado?
Si no se pretende salir de este marco, ¿cómo hacer para no sufrir las leyes del
mercado, para no inclinarse ante las decisiones incontroladas de los apoderados del
poder económico?.
Henri Weber: En efecto, los marxistas siempre negaron esta posibilidad: por esta
razón, siempre pensaron que la “expropiación de los expropiadores” debía ser previa a
toda reforma verdaderamente de fondo. Sin embargo, lo recordé antes, hubo
precedentes. Al término de la Segunda Guerra mundial y durante casi treinta años, se
instituyó dentro de una economía de mercado, un dominio relativo de la economía de
mercado (el dominio total del proceso económico resulta sin dudas imposible).
Me refiero al “compromiso social-demócrata” de 1945: la social democracia reconocía
a los empresarios el derecho de realizar libremente su oficio, dentro del respeto del
derecho, de la ley y de los contratos. Exigía, en cambio, que estos mismo empresarios
contribuyeran trabajando por un crecimiento fuerte y durable, mediante la innovación,
las inversiones, la conquista de mercados externos; que tomaran en cuenta los
legítimos interesas de los asalariados, trabajando por el pleno empleo y el
mejoramiento en las condiciones de trabajo, el aumento de los salarios, el
financiamiento del Estado de Bienestar.
También recordé los elementos de este compromiso social: economía mixta, Estado de
bienestar, políticas públicas de apoyo a la demanda y a las inversiones, negociaciones
tripartitas – patronal, sindicatos, Estado -, para dar respuesta a las cuestiones de interés
común.
Reconozco que este compromiso histórico hoy se encuentra en crisis. Esto no quiere
decir que no podamos elaborar otro diferente, adaptado al capitalismo contemporáneo.
No veo por qué nuestra generación, instruida por la rica experiencia de este siglo, no
podría llegar a realizar lo que sí lograron hacer nuestros mayores, entre los años 1930-
1950: La definición del compromiso social-demócrata de los próximos años está bien
encaminada. Tiene que ver, como lo hemos visto, con la organización del poder
político a escala continental – Unión Europea, ALENA, MERCOSUR, ASEAN... – y
con la cooperación entre estas nuevas entidades al servicio de un crecimiento
duradero, del desarrollo del Sur y del Este, de la defensa de la naturaleza, del
mantenimiento de la paz, de la expansión del Estado de derecho y de la democracia en
el mundo.
33
De todas maneras, nadie, salvo Arlette Laguiller,24 propone abolir la economía de
mercado y la propiedad privada de los medios de producción, ni siquiera nuestros
amigos comunistas.
Una de las lecciones del siglo XX es que la economía administrada, lo que en otra
época se llamaba “colectivismo burocrático”, resulta en todos los planos inferior a la
economía de mercado. Si esto es así no es únicamente porque en ausencia de
democracia la planificación central de economía resulta contra-competitiva. El
advenimiento de una democracia pluralista en URSS no hubiera sido suficiente para
salvar la economía soviética, sino que, al contrario, habría acelerado su caída.
Tampoco es, como lo señaló David Rousset, porque este modo de regulación no
disponía, en el momento en que fue instituido, de una tecnología adecuada: la
informática. En realidad, la planificación de la economía como modo de regulación
dominante, no sólo es difícil de llevar a la práctica sino que también es ineficaz por
principio. Porque es el mercado el que proporciona la inmensa masa de informaciones
necesarias para elaborar el Plan. En la ausencia de mercado, estas informaciones no
existen y el sistema de precios es arbitrario. La planificación centralizada de la
economía es quizá pertinente en épocas de guerra o de reconstrucción. Pero de todas
maneras, constituye un mal sistema de asignación de recursos. La adhesión de los
socialistas a la economía de mercado no se produjo por rebeldía o debido a las
quiebras recurrentes de las economías planificadas. Se trató de una adhesión positiva,
lúcida. Los socialistas no ignoran los limites de la economía de mercado pero
asimismo valoran sus méritos. Por eso, se esfuerzan en reducir los límites y en
maximizar los méritos....
En su representación del capitalismo, los socialistas se han deslizado de Marx a
Fernand Braudel o a Keynes. Par estos últimos, pasado un cierto umbral de desarrollo,
el mercado constituye un dato que se puede orientar y formar; no es una opción que se
puede aceptar o rechazar. Intentar abolirlo, como quisieron hacer los comunistas, es
condenarse a la sub-productividad, a los faraónicos derroches de recursos, a las
penurias y, finalmente, al resurgimiento del mercado bajo las formas de largas filas de
espera o de un “mercado negro”. Los socialistas reconocen el dinamismo que la
libertad de emprender y la competencia engendran entre los empresarios. Por eso, en
absoluto desean privar la sociedad de este dinamismo. Reconocen que la economía
de mercado – corregida mediante la intervención de los poderes públicos (Estado,
colectividades locales, Unión europea...) y de los sindicatos -, constituye el sistema
más eficaz para la asignación de recursos y la producción de riquezas. A pesar que se
podrían decir muchas cosas sobre los efectos perversos, los costos sociales y
ecológicos, o incluso la finalidad de este crecimiento. Los socialistas admiten que el
empresario capitalista posee un precioso “saber-hacer”, que asume una función
socialmente útil y que difícilmente podría ser reemplazado sin problemas por un
funcionario o un sindicalista, incluso elegido. El problema no es saber cómo expropiar
al empresariado, “aniquilar la burguesía capitalista como clase”. El problema es de
saber cómo reforzar, dentro del mundo de los empresarios, el polo de los auténticos
emprendedores, de los capitanes de la industria. Y, al contrario, cómo reducir el polo
de los empresarios rentistas, rutinarios, patrimoniales, especuladores. Cómo,
simultáneamente, elevar el nivel de competencia y de competitividad, la capacidad de
iniciativa y de innovación del conjunto...
Ya que estamos en las referencias, los socialistas redescubren, casi sin advertirlo, la
intuición del Conde Henri de Saint-Simon que preconizaba la alianza de las fuerzas
24 Arlette Laguillier, líder de “Lucha Obrera”, fue candidata a las elecciones presidenciales de 1995, obteniendo
alrededor de 5% de sufragios. (Nota SD)
34
vivas de la Nación – empresarios, ingenieros, técnicos, obreros -, de todos aquellos en
los cuales reposa el progreso de la industria y de todas las fuerzas productivas.
2 – Socialismo democrático y
liberalismo
Pregunta: Evidentemente, si los socialistas han adherido de tal manera a la economía
de mercado, si se han transformado en liberales de izquierda, entonces mi pregunta
no tiene sentido, porque la aspiración a dominar las fuerzas del mercado ya no
constituye un objetivo ni tampoco un problema...
HW: Sin duda hay liberales de izquierda dentro de la social-democracia europea, para
los cuales, en efecto, el problema de dominar las fuerzas del mercado es asunto del
pasado. No es el caso de los socialistas franceses, quienes han conservado un punto de
vista crítico sobre el capitalismo, incluso si esta crítica se inspira hoy más en Keynes y
en Polany25 que en Marx o en Guesde.
También han podido constatar la existencia de varios tipos de capitalismo dentro de
los países desarrollados (sin hablar de los de los países del Sur o del Este). Robert
Boyer, por ejemplo, distingue cuatro: el capitalismo de mercado que prevalece en el
mundo anglo sajón: Canadá, Australia, Nueva Zelanda y, en menor medida, en Gran
Bretaña y en los Estados Unidos. El capitalismo impulsado por el Estado, propio de
los países latinos y cuyo ejemplo típico es el caso francés. El capitalismo mesocorporativista,
característico del Japón. Por último, el capitalismo social-demócrata,
propio a los países de Europa del norte y del centro, “en los cuales la negociación
entre la patronal, los sindicatos y los representantes del Estado es el útil de privilegio
para garantizar la competitividad a largo plazo, la progresión permanente del ingreso,
en el respeto de la mayor igualdad posible. 26
3 – Socialismo y
justicia social
Pregunta: Defines al socialismo como la respuesta a 3 aspiraciones: la democracia
social, la potestad sobre el futuro colectivo, la civilización de la sociedad. Pero todo
esto ¿no sería sobre todo y con más simpleza, una aspiración a la justicia social?
HW: Por supuesto que sí, pero esta aspiración a la justicia social es, en sí misma, un
aspecto, una dimensión de la aspiración a la democracia. La democracia verdadera que
los socialistas reclaman implica la justicia social, es decir, la igualdad de
oportunidades, la ayuda a los más desfavorecidos, una cierta redistribución de los
ingresos.
4 – Socialismo y comunismo
Pregunta: Presentas al socialismo como el ala activa del movimiento democrático.
Sin embargo, los partidos comunistas, que dieron origen a dictaduras totalitarias en
todos los sitios donde llegaron al poder, proceden de las filas socialistas. ¿Cómo es
25 Karl Polany: “La grande transformation. Aux origines économiques et politiques de notre temps”, Paris, 1983,
Ed. Gallimard. Polany toma la posición contraria a la tesis liberal: según él, si las fuerzas del mercado son
abandonadas a sí mismas, desembocan en la desagregación de la sociedad y en la degradación de la naturaleza.
26 Robert Boyer: “Peut-on réguler le capitalisme contemporain?”, in Esprit nº11, novembre 1998, p. 40
35
posible que un movimiento democrático pueda engendrar así partidos y Estados
totalitarios?
HW: A lo largo del siglo XX, el movimiento socialista combatió tanto para resolver la
“cuestión social” como para instituir la democracia política. Es además por esta razón
que los partidos que lo constituyen se han llamado “partido social-demócrata”27
Con la escisión comunista en 1920, la lucha por el socialismo – es decir, por una
organización de la sociedad que garantice a cada uno los medios de vivir dignamente y
de gozar plenamente de sus derechos – y la lucha por la democracia, se disociaron por
primera vez. Los “marxistas-leninistas”recusan, en efecto, la democracia
parlamentaria, en la cual denuncian una forma hipócrita e insidiosa de la dictadura de
la clase burguesa. A esta democracia “representativa”, “formal”, “burguesa”, ellos
oponen la democracia “directa”, “real”, “proletaria” de los “consejos obreros”,
inspirados en la experiencia de la Comuna de París de 1871 y, sobre todo, en los
soviets rusos de 1905 y 191728; luego la Dictadura del proletariado, concebida como
poder exclusivo del Partido comunista y, de hecho, de su Secretario general. Después
de violentas convulsiones, queda abolida la democracia en los partidos comunistas,
que se transforman en organizaciones monolíticas que practican el culto casi religioso
de sus propios jefes.
Pregunta (la misma persona): Y todo esto ¿no te insta (a profundizar la reflexión)
sobre el hecho que un ala – el ala más militante! – del socialismo haya caído en el
autoritarismo más extremo y haya terminado por engendrar el totalitarismo? Creo
que te lavas las manos con mucha facilidad...
HW: Un poco de paciencia, no he terminado. El ala izquierda antiparlamentaria en la
social-democracia de comienzos del siglo – los partidarios de Lenín, pero también los
de los consejos -, pecaba por su ultra-democratismo, ultra-voluntarismo, ultraracionalismo.
Así encarnaba una corrupción por exceso del ideal democrático que nada podía
envidiarle a la corrupción por falta o por carencia.
27 En Francia, la palabra social-demócrata aparece al término de la Revolución de 1848; frente al partido del
orden, los republicanos demócratas de la Montaña (de Ledru-Rollin) y los socialistas se unen en el Partido
demócrata socialista o social-demócrata, fundado en 1849. “El partido social, escribe Karl Marx, y el partido
democrático, el partido de los obreros y el de la pequeña burguesía, se inscriben en el Partido social-demócrata,
es decir, en el partido rojo”. Cf.; Les luttes de classes en France, Editions sociales, Paris, 1965. Esta coalición es
aplastada en junio de 1849. La social-democracia será efectivamente fundada 20 años más tarde, en 1869, en
Saxe, por August Bebel et Wilhelm Liebknecht, ambos discípulos de Marx, y llevará el nombre de Partido
social-Demócrata de los trabajadores. Conocerá una fuerte expansión en todos los países de Europa a partir de
1880.
28 En la “democracia de los consejos”, el cuerpo electoral está organizado no ya en circunscripciones territoriales
sino en los lugares de trabajo, en consejos de fábricas, de casernas, de universidades, de pueblos...Los diputados
de los consejos obreros, de empleados, de campesinos, de soldados, se reúnen a nivel de la ciudad, del distrito,
de la región, de la República, para elegir sus propios diputados para el escalón superior. Así se forma una
pirámide de consejos que van del modesto “consejo de taller” al “Soviet supremo”. Los diputados de los
diferentes niveles disponen de mandatos imperativos, son responsables ante la asamblea que los ha elegido, y
revocables en todo momento. Así, afirman los campeones de la “democracia directa”, desaparece la delegación
de poderes, procedimiento típico de la democracia burguesa, que permite a los elegidos erigirse por encima de
sus electores, llevarse por delante sus compromisos y confiscar en su provecho el poder soberano.
Contrariamente a la “democracia representativa burguesa” que organizaba, según Lenín, la independencia de los
elegidos en relación a sus electores, transformándolos en casta política, la democracia directa de los consejos
obreros debía reflejar fielmente la voluntad de los trabajadores y traducir sus mínimas evoluciones. Sabemos lo
que en realidad pasó: este ultra-democratismo no funcionó nunca. Desembocó rápidamente en la anarquía, en la
dictadura del partido único y en la instrumentalización de los consejos.
36
Este ala izquierda pecaba por su ultra-democratismo ya que los comunistas exigían la
instauración de la igualdad de todos, en todo y enseguida: igualdad económica,
suprimiendo la propiedad privada de los medios de producción e imponiendo la
colectivización de la economía, que en realidad se transformó en su estatización.
Igualdad política, aboliendo la democracia parlamentaria y sustituyéndola por la
“democracia de los consejos”, que rápidamente demostró no ser más que la fachada de
la dictadura del partido único. Igualdad cultural, reservando las universidades y las
funciones de comando o de concepción, a los jóvenes de los medios populares,
excluyendo a aquellos pertenecientes a las antiguas clases privilegiadas.
Pecaba también por su ultra-voluntarismo : los comunistas estaban persuadidos que la
voluntad revolucionaria “puede desplazar las montañas” y menospreciaban las
consideraciones socialistas sobre el peso de las “presiones objetivas”. Por eso, su
decisión de imponer por la fuerza un proyecto ultra-minoritario – la edificación del
socialismo en la atrasada Rusia – a una población masivamente hostil, sólo podía
soldarse en una dictadura de hierro.
Esta extrema-izquierda pecaba también por su ultra-racionalismo: los comunistas
estaban convencidos que la razón humana puede conocer y dominar todo. De allí su fe
en la planificación y su rechazo a las regulaciones espontáneas de la economía. La
propuesta social-demócrata de combinar las dos - regulaciones espontáneas y
regulaciones voluntarias – fue denunciada por ellos como una despreciable
capitulación ante el liberalismo burgués.
Igualitarismo, voluntarismo, racionalismo: sin dudas, reconocemos en estas tres
palabras los valores fundamentales de la izquierda. No obstante, llevados al exceso por
la pasión revolucionaria, se transforman en su contrario. El ultra-democratismo y el
ultra-revolucionarismo, por ejemplo, cuando se han llevado a la práctica han
desembocado en la dictadura totalitaria del Partido-Estado, según un mecanismo que
los teóricos de la social democracia revelaron ya en 1917.29
La democracia directa era practicable en los Estados-Ciudades de la antigua Grecia,
escribían entonces en respuesta a Lenín y a sus amigos. En nuestras sociedades
desarrolladas y complejas, los “consejos obreros” y sus coordinaciones pueden de
alguna manera paliar las carencias o falta de instituciones parlamentarias pero de
ninguna manera reemplazarlas. La voluntad de abolir todo obstáculo al “control de los
trabajadores” sobre el poder político, lleva a la abolición de todo medio de control
sobre el poder y, en consecuencia, al poder absoluto.
La ideología antiparlamentaria de los partidarios de la democracia directa, proseguían
diciendo, es una máquina de guerra contra la democracia representativa. Campeones
de una democracia extrema, los comunistas llegarán al despotismo extremo. La
república parlamentaria y los derechos civiles no son condiciones suficientes de la
democracia política, sin embargo sin Parlamento y sin derechos civiles, no hay
democracia política. La “democracia burguesa” no es formal, sino parcial, agregan. No
debe ser destruida sino ampliada. Democracia y socialismo reposan sobre los mismos
valores y los mismos principios. La diferencia reside en el grado de realización
efectiva de estos principios y de estos valores. Resultante del largo combate de los
asalariados por sus derechos y libertades, la república social puede realizarse
29 Karl Kautsky (principal teórico de la Internacional socialista) publicó en 1918 “La dictadura del proletariado”,
traducción francesa, París 1972, Ed.Bourgois. En 1919: “Terrorismo y comunismo”, traducción francesa, Paris
1921, Ed. Povolozky. En 1921: “Sobre la democracia y el esclavismo del Estado”, no traducido. En 1930, “El
bolchevismo en punto muerto”, traducción francesa, París 1982, PUF
37
plenamente. Como lo proclamaba Jaurès: “La democracia es un mínimo de socialismo,
el socialismo es el máximo de democracia”.
Interviene de nuevo la misma persona: ¡Hermoso como una obra de arte de la
Antigüedad!
HW: Así es!
En 1918, Karl Kautsky escribía: “En Rusia soviética, los comunistas están ante un
dilema: o bien renuncian al poder para poder seguir siendo fieles a sus valores e
ideales, o bien se mantienen en el poder y entonces deberán renunciar a sus valores y a
sus ideales para abrazar otros, diametralmente opuestos”. 30
Los comunistas rusos se mantuvieron en el poder y se hundieron en el totalitarismo.
En cuanto al ala reformista del movimiento obrero, ésta rechazará enérgicamente
disociar socialismo y democracia. Para Léon Blum, Karl Kautsky, Otto Bauer, Rosa
Luxemburgo... “un socialismo sin democracia no constituye más que una forma de
despotismo, y la peor de todas ya que el Estado-déspota se apropia poco a poco de
todos los poderes, los medios de subsistencia de la gente...”
5 – Socialismo democrático
y totalitarismo
Pregunta: Entonces, ¿reconoces que todos los totalitarismos son tal para cual y que
entre el comunismo – o si prefieres, el stalinismo – y el fascismo se puede hacer un
trazo de igualdad?
HW: No, no reconozco nada parecido. Las ideologías no son las mismas, incluso están
en la antípoda unas de la otras y esto tiene su importancia. El comunismo, sea leninista
o incluso stalinista, se inspira en el marxismo. Apela a los mismos valores –
humanismo, universalismo, racionalismo, igualitarismo – que los otros componentes
del movimiento democrático. Acabo de decirlo: el comunismo pecó por exceso. Hay
que distinguir entre los partidos comunistas que accedieron al poder y aquellos que
quedaron en la oposición. Los primeros se transmutaron en casta burocrática opresiva
y, en muchos casos, sanguinaria. Los segundos fueron caracterizados por una cierta
ambivalencia. Su ideología, a pesar de su simplismo, seguía siendo universalista y
emancipadora. Contribuyó, por ejemplo, a combatir el nacionalismo, el racismo, la
xenofobia dentro de la clase obrera francesa en las épocas álgidas de las guerras
coloniales, y lo sigue haciendo en este período de desempleo masivo, donde el tema de
la preferencia nacional que preconiza la extrema derecha de Jean-Marie Le Pen
(Frente nacional) encuentra oídos complacientes en algunos asalariados que temen por
su empleo y por su estatuto.
La acción política de los comunistas apuntaba a organizar y defender las clases
laboriosas contra la explotación y la relegación: hizo mucho para desarrollar y dar vida
a sindicatos y asociaciones de asalariados, para humanizar periferias obreras, para
defender los derechos y las libertades.
Su totalitarismo actuaba con rigor sobre todo dentro del partido, con ese culto
desenfrenado por los jefes y lo que llamaron, sin duda por antífrasis, el “centralismo
democrático”. También en sus relaciones con los movimientos de masa que ellos
controlaban y, en primer lugar, los sindicatos.
30 Karl Kautsky: “La dictature du prolétariat”, op.cit.
38
Pero su estatuto de partido de oposición en un Estado democrático los ha preservado,
en lo esencial, de los crímenes del totalitarismo. No obstante, el balance es duro para
el comunismo, ya que al dividir la izquierda y el movimiento obrero, los han
debilitado considerablemente e incluso, con frecuencia, paralizado. Pero la ecuación
comunismo = nazismo que la derecha (francesa) quiso vender para justificar su alianza
con el Frente Nacional, no se sostiene de ninguna manera.
Por su ideología, su acción política, su programa, tanto el partido de Le Pen como sus
equivalentes en los otros países europeos, resultan ser enemigos frontales de la
democracia. Justamente, haciendo la diferencia entre los dos totalitarismos, que
siempre se negó a poner en el mismo plano, Raymond Aron, un gran teórico, parece,
de la derecha republicana, decía: “Respecto al comunismo, el adagio que me viene a la
mente sería: bajo la apariencia del ángel se esconde la bestia. En cuanto al fascismo,
sería más bien: no hay que despertar al bárbaro que duerme en el hombre, tiene mucha
propensión a aparecer espontáneamente.”
Por mi parte diré que los partidos comunistas - al menos los que tuvieron la suerte de
no tener que aplicar su programa –, fueron los hijos perdidos, hoy en día recobrados,
del movimiento democrático. Mientras que los fascistas han sido siempre sus
enemigos implacables.
6 – Del correcto empleo
de los ideales políticos
Pregunta: Me disculpo por mi insistencia, pero me parece que has respondido sólo
en parte a la pregunta que se te hizo. La reformulo entonces teniendo en cuenta tu
respuesta. Si la aspiración, la adhesión a los valores y a los ideales de la democracia
constituyen, como tú lo afirmas, un componente básico del socialismo, ¿por qué una
buena mitad del movimiento socialista se hundió en el ultra-democratismo y en el
ultra-voluntarismo que acabas de evocar, trazando así la vía al totalitarismo?
HW: Te responderé invitándote a hacer una reflexión sobre lo que son los ideales
políticos – igualdad, libertad, justicia social, soberanía popular -, y sobre lo que son
sus relaciones con la realidad.
En un mundo todavía muy marcado, a pesar de lo que se diga, por el estado natural, es
decir, por la ley del más fuerte, los ideales políticos constituyen a la vez una protesta
contra el orden establecido y las armas para modificarlo. Son más absolutos y
excesivos cuanto más fuertes son la opresión, la injusticia, la desigualdad y la
explotación que padecen las clases populares. Si el movimiento obrero en sus
orígenes es a veces extremista y revolucionario es porque la explotación económica y
la exclusión política de la que eran víctimas entonces los asalariados, eran, también,
extremas.
Desposeídos de toda propiedad, excluidos del poder, amplios sectores de la clase
obrera concebían la igualdad como abolición de la propiedad privada, “igualdad de
ingresos”; la libertad como abolición del poder, “decadencia del Estado”; la soberanía
popular como democracia directa, “Estado-comuna”...
El anarquismo, los socialismo revolucionarios, el comunismo, constituyen las
traducciones ideológicas y políticas de esta radicalidad.
39
El radicalismo ideológico y político del movimiento obrero en sus orígenes refleja la
situación del salariado en sociedades todavía bastante pre-democráticas y víctimas de
las primeras fases de acumulación del capital. Las clases obreras son allí privadas de
todo derecho y sometidas a una explotación y una precariedad extremas. Procedentes,
por lo esencial, del éxodo rural, acampan en los arrabales de las ciudades y sus
relaciones con la sociedad burguesa son de exterioridad y de hostilidad.
Esta es la época en la que René-Louis Villermé escribe su “Cuadro del estado físico y
moral de los obreros de las fábricas de algodón, de lana y de seda”. 31
En estas históricas condiciones, numerosos militantes del movimiento obrero piensan
que el capitalismo es incompatible con la democracia y que para que esta se realice se
necesita un sistema económico y social radicalmente diferente (sobre cuyo contenido,
sin embargo, divergen).
No obstante, por su número, su rol en la producción de riquezas, su aptitud para la
organización y la acción colectiva, la clase obrera adquiere un creciente poderío social,
a medida que se desarrolla la economía capitalista. Conquista poco a poco todo un
conjunto de derechos que modifican su condición: reglamentación del trabajo infantil
(1841), del trabajo femenino (1852), derecho al sufragio (1848), derecho de coalición
(1864), derecho de huelga (1884), jornada laboral de 10 horas, de 8 horas (1921),
semana de 40 horas, vacaciones pagas (1936). Poco a poco, su poder adquisitivo sube,
su seguridad mejora, los bienes de consumo durables y los servicios que contribuye a
producir cesan de estar fuera de su alcance.
Las capas que reciben mayores ingresos piensan que quizá se puede hacer un correcto
empleo de la economía de mercado, que ese sistema económico no tiene sólo defectos,
y que, de todos modos, el mismo puede ser mejorado. La acción continua, tesonera,
incluso a veces heroica del movimiento obrero – sindical, asociativo y político -, va
integrando de a poco a la clase obrera en la Nación, precipitando su evolución
reformista. En 1890, se afrontan tres “alas” de los partidos socialistas: una izquierda
revolucionaria, una derecha reformista, un centro “ortodoxo”. Si la primera preconiza
siempre que el paso previo para la solución de la cuestión social y del advenimiento de
la una democracia “del pueblo y par el pueblo” es la destrucción del capitalismo, la
segunda entiende civilizar el capitalismo por medio de reformas que la democracia
permite mientras que la tercera busca conciliar las dos tendencias en una síntesis
sumamente difícil de lograr.
Este enfrentamiento culminará en la fragmentación de la Internacional socialista en
1919-1921, con el gran cisma comunista y la creación de la Tercera Internacional.
El ultra-democratismo y el ultra-voluntarismo de una parte importante del movimiento
obrero y socialista, en el Siglo XIX y en el curso de la primera mitad del Siglo XX,
constituían a la vez una protesta, una crítica y un arma de combate con el ultraautoritarismo
y el ultra-desigualitarismo de las sociedades en las cuales vivía este
movimiento.
La conclusión que se debe sacar es que los ideales no están hechos para ser realizados
tal cual. Su función es movilizar a las víctimas del orden existente para modificarlo.
Estos ideales son por naturaleza excesivos y, por añadidura, contradictorios entre ellos.
Su realización implica una “reelaboración intermedia”, como decía Benjamín
Constant, mediante la cual renuncian al absoluto de los principios e integran la
complejidad de lo real.
Tomemos como ejemplo el ideal igualitario, ya que la Igualdad es el valor fetiche de la
izquierda. Su forma extrema, excesiva, es el igualitarismo nivelador, que reivindica la
igualdad de todos, en todo, de inmediato, incluso a riesgo de sacrificar la libertad en el
camino. Por otra parte, los socialistas se dieron cuenta, por experiencia, que no era tan
31 Resultado de una encuesta realizada principalmente en las regiones de Lille y de Rouen. Este trabajo
contribuyó a la adopción de la ley social sobre la limitación del trabajo de los niños (1841).
40
simple y que había que aclarar las verdaderas preguntas: ¿igualdad entre quiénes?
¿igualdad en qué? ¿igualdad con qué criterios?32 Por eso rechazaron la idea de una
nivelación por abajo y optaron por una concepción de la igualdad de oportunidades, lo
que implica, en algún sentido, una cierta aceptación de las desigualdades, una
adhesión a políticas de “discriminación positiva” (dar más a aquellos que tienen
realmente necesidad) y la lucha contra la expansión infinita de las desigualdades de
ingresos y de condición.
7 – Tres se reducen a una
Pregunta: ¿No se podrían conjugar las tres aspiraciones constitutivas del movimiento
socialista de las que tú hablas en una sola, la primera, la aspiración democrática?.
-La aspiración al dominio de nuestro futuro colectivo, ¿no consiste acaso y muy
simplemente en la aplicación de la soberanía nacional a la esfera de la economía?
La voluntad de subordinar la actividad económica al desarrollo de la civilización, ¿no
consiste acaso y muy simplemente en la aplicación de la soberanía popular en el
campo de la sociedad?
HW: En efecto, si uno define sumariamente la democracia como el largo proceso
histórico de institución de la soberanía popular, es evidente que esta soberanía va a
intentar ejercitarse también en los campos económico y de la sociedad.
Si el “mínimo de democracia”, para hablar como Jaurès, puede contentarse con el
respeto de los Derechos humanos y la elección de gobernantes, el “máximo de
democracia” engloba la esfera económica y el tipo de civilización que se escoja.
Pero la distinción entre las tres aspiraciones que hemos propuesto merece sin embargo
ser efectuada, se trata por cierto de aspiraciones diferentes y que pueden no ser
combinadas: se puede sin dificultad ser demócrata y liberal en el plano económico (es
el caso de los “liblibs”, los “liberales-libertarios”, esos que Daniel Cohn-Bendit llama
“La tercera izquierda”, muy numerosos entre los cuadros superiores y las profesiones
intelectuales); también se puede ser demócrata y tradicionalista en el plano de los
valores (es el caso de los demócratas-cristianos de izquierda...)
8 – “Tercera vía”:
¿dónde están las divergencias?
Pregunta: Tony Blair y Gerhard Schröder lanzaron en junio, desde Londres, un
llamamiento a la modernización de la social-democracia europea que aparece como
un auténtico manifiesto del liberalismo de izquierda. ¿Cuáles son nuestros
desacuerdos con la “tercera vía” y el “nuevo centro” y qué respuesta podemos
darles?
HW: La social-democracia europea realiza hoy un vasto debate refundador, como lo
ha hecho en distintas oportunidades en el curso de su historia. En este caso, se trata
nada menos que de redefinir el rol, el programa, el proyecto de sociedad de la
izquierda, en el nuevo contexto histórico de este fin de siglo. Las disonancias no
faltan: las “nuevas vías” que proponen los socialistas holandeses, dinamarqueses,
italianos o portugueses difieren sustancialmente entre ellas y no son reductibles a la
“tercera vía” definida por el “Nuevo Laborismo”. El congreso de la Internacional
32 Norberto Bobbio: “Droite et gauche”, Paris, 1996, Ed. Du Seuil
41
socialista, convocado en noviembre de 1999 en París, será una ocasión propicia para
un primer balance.
Desde ya, en este debate conviene evitar las caricaturas: el Nuevo Laborismo de Tony
Blair no es reductible a un “thatcherismo con rostro humano”, de la misma manera que
el socialismo francés no puede ser asimilado a la “vieja izquierda partidaria del
estatismo” que sólo sabe aumentar los gastos, los impuestos y las obligaciones.
El gobierno de Tony Blair firmó la Carta social de la Unión europea, creó 150.000
empleos-jóvenes, instituyó el salario mínimo, aumentó los gastos públicos en
educación y en salud, tasando las utilidades de las empresas recientemente
privatizadas. Se ha pronunciado de manera clara y valerosa por la adhesión de Gran
Bretaña al euro y por una defensa europea autónoma dentro de la Alianza atlántica. Ha
emprendido la modernización democrática de las instituciones, con el reconocimiento
de una amplia autonomía a Escocia y al País de Gales. Su acción tiende a responder
al dilema de toda la social-democracia europea: ¿cómo conciliar dinamismo
económico y progreso social, eficacia y solidaridad en esta nueva etapa del
capitalismo?
Los líderes del Nuevo Laborismo hicieron suya la fórmula de Lionel Jospin:
“aceptamos la economía de mercado, pero estamos en contra de una sociedad de
mercado”, significando que para ellos como para nosotros, es la sociedad la que debe
comandar a la economía y no la economía a la sociedad.
De su filiación social-demócrata, ellos han conservado la voluntad de garantizar la
solidaridad y la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos y la protección social
para todos. Pero al mismo tiempo, han proseguido las privatizaciones de los servicios
públicos iniciados por los conservadores – hoy está en marcha la privatización del
subterráneo de Londres, luego su electricidad -, y han respetado escrupulosamente su
promesa de dejar la redistribución social al nivel al que la había llevado Margareth
Thatcher.
Los socialistas franceses, por su parte, saben bien que para lograr éxito en nuestro
pasaje de la sociedad industrial a la sociedad de información, o, como dicen los
Ingleses, a la sociedad de servicios fundada en el conocimiento, hay que favorecer la
iniciativa, la creatividad de todos los actores sociales y, en especial, la de los
empresarios. El gobierno de Lionel Jospin se ha comprometido a estabilizar, luego
reducir el gasto público, a reformar el sistema tributario en un sentido favorable al
empleo, a la inversión y al consumo, a la libre disposición también para los
ciudadanos-consumidores de una parte creciente de sus ingresos. No ceja sus esfuerzos
para crear un medio ambiente favorable a la creación y al desarrollo de las empresas.
No sin cierto éxito: nuestro país, ¿no se sitúa acaso en el tercer puesto mundial en lo
que respecta a la recepción de inversiones extranjeras?
Las diferencias son otras. Se refieren al rol económico y social de la fuerza pública;
al contenido de la necesaria reforma del Estado de Bienestar; a la concepción de la
“flexibilidad” del trabajo; al rol y la importancia de los servicios públicos en nuestra
sociedad; al proyecto de civilización del socialismo democrático.
· Los neo-liberales y los neo-keynesianos
Un premier desacuerdo reside en la apreciación del capitalismo contemporáneo. La de
los socialistas franceses tiene seguramente menos confianza en las fuerzas del
mercado y de su capacidad de regulación espontánea que las de los “nuevos
laboristas”.
42
Para Tony Blair y sus consejeros, el capitalismo, en resumidas cuentas, marcha bien.
Los mercados son siempre más inteligentes que los gobiernos y los empresarios
privados, más competentes que los funcionarios. Hay que liberar sus iniciativas y
adaptar a los actores sociales a los cambios que su dinamismo genera. El Estado tiene
que liberarse de la producción de bienes y servicios. En lo que respecta al necesario
control de la sociedad sobre la actividad económica, las agencias independientes de
regulación y el desarrollo del derecho lo lograrán mucho mejor que lo que podría
hacer la burocracia del Estado.
Los socialistas franceses reconocen los méritos eminentes de la economía de mercado,
pero señalan también sus límites. Según ellos, las fuerzas del mercado no conducen
espontáneamente a lo óptimo en economía ni a lo óptimo en lo social. Por el contrario,
pueden conducir a una degradación de la naturaleza y a la desagregación de la
sociedad. Lo pueblos de los antiguos “tigres” y “dragones”del Sudeste asiático como
los de Brasil y muchos otros países de América latina lo saben bien. Tampoco el
Occidente desarrollado está al abrigo de los cracs financieros y comerciales, como
oportunamente lo recordó la quiebra de los fondos especulativos LTCM en septiembre
de 1998. “El capitalismo es una fuerza que va, pero que no sabe adónde va”, recordaba
Lionel Jospin en la Universidad de Verano del Partido socialista, en agosto de 1999,
en La Rochelle, con un propósito que los “nuevos laboristas” ya no citan. Dicho de
otro modo, esta fuerza puede ir (o golpear) también contra un muro, los pueblos deben
entonces darse los medios de actuar sobre su curso.
Para los socialistas franceses, la política macro-económica activa sigue siendo una
garantía para alcanzar un crecimiento fuerte, durable, respetuoso del medio ambiente y
rico en empleos. Las modalidades de una política de esta naturaleza, su área de
despliegue, deben cambiar sustancialmente, pero no su intensidad. De allí su
compromiso, ya antiguo y siempre constante, en la construcción de una Europa
potente y una moneda única europea.
Su voluntad de consolidar frente al Banco central europeo, un poder económico fuerte,
capaz de coordinar las políticas económicas de los Estados-miembros, de poner en
práctica un programa de grandes obras públicas, de armonizar las legislaciones fiscales
y sociales, de conducir una “policy mix” tan eficaz como la que llevan a cabo desde 10
años los Estadounidenses con la conducción de Alan Greenspan y Bill Clinton.
Su determinación también en edificar una “nueva arquitectura” del sistema financiero
y monetario internacional, en promover unas nuevas reglas de prudencia, a fin de
prevenir la repetición de crisis especulativas como las de 1997 y 1998. En el plano
económico, el “Nuevo Laborismo” es neo-liberal, el PS francés es neo-keynesiano.
No comparte los análisis de Anthony Giddens, el teórico de la tercera vía, según los
cuales las técnicas neo-keynesianas han sido superadas, incluso en el marco
continental de la Unión europea. El gobierno de Lionel Jospin reforzó el crecimiento,
en 1998, mediante una política de reactivación de la demanda y de la inversión. Esta
política, llevada a escala de la Unión europea, tendría efectos aun mayores.
· Renovar el Estado de Bienestar
El segundo desacuerdo concierne la política de redistribución social. Tony Blair se
comprometió a no tocar las reformas fiscales y sociales instituidas por Margareth
Thatcher y, hasta la fecha, no ha modificado su compromiso. ¿Durante cuánto tiempo
esta política de débil redistribución podrá ser compatible con el otro compromiso del
Nuevo Laborismo: dotar a la Gran-Bretaña de un sistema de educación, de salud, de
seguridad, de equipamientos colectivos, dignos de una gran democracia? Nuestros
amigos laboristas deberán decidirlo. Pero, ¿quién no ve en todo esto la existencia de
una contradicción y una dificultad flagrantes para el “Nuevo Laborismo”?
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Los socialistas franceses son favorables a una reforma, cuidadosamente negociada con
todos los sectores sociales, no sólo del Estado de Bienestar sino también del Estado de
regalías o privilegios.
Coinciden con los amigos de Tony Blair en desarrollar políticas activas de apoyo al
empleo en lugar de las políticas pasivas de asistencia a los desempleados. Después de
todo, la iniciativa de los empleos-jóvenes, la del ordenamiento y reducción del tiempo
de trabajo a 35 y 32 horas, se inscriben, a su manera, en esta orientación.
Preconizan racionalizar y modernizar los sistemas de jubilaciones y de salud,
responsabilizando a todos los actores: los beneficiarios, los prestatarios de servicios,
los gerentes de las diferentes cajas. Consideran necesario una mayor individualización
de los procedimientos de otorgamiento de beneficios (prises en charge), así como de la
cobertura de nuevos riesgos: descalificación, desempleo prolongado, exclusión.
Pero están absolutamente en contra de toda tentación de desmantelar estos sistemas de
protección.
Consideran artificial la oposición que establece el Nuevo Laborismo entre las
“inversiones sociales” (educación, calificación, salud...), legítimas, ya que apuntan a
una vuelta al empleo de los desocupados; y las “ayudas sociales”, perniciosas porque
generan una “cultura de asistencia” y una sociedad de asistidos. En nuestras
sociedades que envejecen y están sometidas a un cambio acelerado, estos dos tipos de
acción social son igualmente necesarias.
· Flexibilidad sí, precariedad no
Un tercer punto de fricción se refiere a la flexibilidad del mercado de trabajo. Los
socialistas comprenden las necesidades de flexibilidad que tienen las empresas para
mejorar su actividad, su competitividad o para satisfacer mejor a los consumidores.
Pero el imperativo de la flexibilidad no debe traducirse en una vuelta al trabajo
esclavizado. La flexibilidad no debe ser la otra manera de designar a la precariedad
generalizada.
La fuerza de trabajo no es una mercadería como cualquier otra. Los asalariados
también son consumidores, personas y ciudadanos. La flexibilidad del mercado y de la
organización del trabajo debe ser consentida y no impuesta unilateralmente por los
empleadores, y para esto, debe ser el resultado de acuerdos mutualmente ventajosos,
“ganadores-ganadores”.
· Sociedad mixta
También existen otras disonancias que conciernen a la jerarquía y el rol de los
servicios públicos en nuestras democracias. Los socialistas franceses siguen siendo
partidarios de la “sociedad mixta”, que combina al sector privado mercante, a los
servicios públicos y al tercer sector de la economía social. La renovación y el
desarrollo de los servicios públicos les interesan particularmente, aunque ellos mismos
admiten que las misiones de los servicios públicos pueden a veces ser delegadas.
· Por una civilización del tiempo libre
Otros desacuerdos tienen que ver con el proyecto a mediano y largo plazo de los
socialistas y que está simbolizado en la cuestión del ordenamiento y la reducción del
tiempo de trabajo. La nueva revolución tecnológica pone a nuestro alcance la semana
de 35 horas, de 4 días, u otras fórmulas que acrecentarían considerablemente el tiempo
libre. Los socialistas franceses le confieren un valor esencial a este objetivo, en parte
para luchar contra el desempleo pero también y sobre todo para permitir que los
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asalariados se beneficien con los progresos técnicos y para propiciar la expansión de
una nueva civilización. Lo menos que puede decirse es que los partidarios de la
“tercera vía” no le acuerdan la misma importancia.
Estos disparidades se deben, en gran parte, a las diferencias de situaciones nacionales.
Para volver al poder, después de 18 años de gobiernos conservadores, los laboristas
debían ganar la confianza de las nuevas capas medias asalariadas, alérgicas a los
aumentos de impuestos. La elección de diputados con escrutinio uninominal en un
vuelta, garantizaba al Nuevo Laborismo el monopolio de la representación de
izquierda y le dispensaba de cualquier estrategia de alianza.
La antigua situación de inserción de la economía británica en la división internacional
del trabajo, fundada en la potencia industrial y que ya en 1979 pasaba por un mal
momento, fue destruida por la “revolución conservadora” de Margareth Thatcher. Fue
sustituida por otro tipo de inserción - poderío de la City y, en general, de los servicios;
atractivo del territorio británico para las inversiones extranjeras – que constituía una
realidad con la cual los laboristas tenían que contar y presentaba ventajas comparativas
que ellos entendían preservar.
No obstante, todos estos antagonismos remiten también, como ya lo hemos visto, a
desacuerdos ideológicos. El liberalismo de izquierda propuesto por Tony Blair deja en
punto muerto los conflictos de interés que dividen nuestras sociedades. No tiene
suficientemente en cuenta las aspiraciones y los intereses legítimos de la otra base de
la social-democracia, esa que fue su sustento en el pasado y que continúa en gran parte
siendo su médula: los obreros y los empleados más modestos. Este liberalismo de
izquierda es un modelo difícilmente exportable en nuestro continente, como lo
muestran las actuales reacciones en el SPD. Los social-demócratas holandeses y
dinamarqueses, que son innovadores, han logrado dividir por dos su tasa de desempleo
en 7 años, sin desmantelar el Estado de Bienestar, ni su sistema de negociación
colectiva entre la patronal y los sindicatos, y conservan un alto nivel de redistribución
social.
Le debate continuará y se amplificará en el PSE (Partido de los Socialistas europeos).
El primer balance se hará en el próximo congreso de la Internacional socialista, en
noviembre de 1999, en París.
El Primer ministro británico ensalza el pragmatismo. La empresa de renovación de la
social-democracia de la que se considera el campeón, está, según él, en sus inicios y
está llamada a evolucionar en función de sus resultados y de la experiencia. Su base
electoral más popular acaba de darle un revés. Apostemos que Tony Blair y Gerhard
Schröder extraerán las enseñanzas.
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RESUMEN
¿Qué significa hoy ser socialista?
El socialismo moderno nació hace más de 150 años, de la conjunción de dos movimientos
históricos que están lejos de haber agotado sus efectos: el movimiento democrático, vigente
en Europa occidental desde el Renacimiento y el movimiento obrero, surgido de la
industrialización y del desarrollo del capitalismo.
El socialismo fue, en sus orígenes, el ideal democrático de la Revolución francesa, enarbolado
por un pueblo obrero explotado y privado de todo derecho. Fue inventado mucho antes de
Marx, cuando elementos educados de la clase obrera – obreros calificados, artesanos,
autodidactas... -, quisieron dar para sí mismos y para todos sus semejantes un contenido
concreto a los valores de la República: Libertad, Igualdad, Fraternidad; Derechos humanos,
soberanía popular.
Como movimiento histórico, el socialismo
se define mediante tres aspiraciones solidarias:
· La aspiración a la “democracia cabal”, a la República social. ¿Cómo promover
una verdadera democracia, es decir una democracia donde los derechos y las libertades
proclamadas por la gran Revolución serían reales y efectivas para todos, incluso para
los menos favorecidos: obreros, empleados, campesinos?
· La aspiración al dominio de nuestro futuro colectivo. ¿Cómo organizar la sociedad
para que no sea una jungla donde las libres iniciativas de cada uno desemboquen en
una lucha de todos contra todos y en un resultado que nadie previó ni deseó? ¿Cómo
organizarla para que su funcionamiento y su evolución sean, al contrario, el resultado
de la voluntad consciente y deliberada de los ciudadanos?
· La aspiración a una humanización de la sociedad, o “buen vivir” (y no solamente
bienestar). ¿Cómo subordinar la economía al pleno desarrollo de los hombres y
mujeres que componen la sociedad, y no esos hombres y mujeres al crecimiento de la
economía?
A pesar de los progresos considerables cumplidos en
los últimos dos siglos, estas tres aspiraciones
constitutivas del movimiento socialista conservan
en nuestros días toda su vigencia.
· Con la reaparición del desempleo masivo, el alza del trabajo precario, la vuelta a la
inseguridad pública y social, el zócalo mismo de la democracia, sus precondiciones
materiales de funcionamiento, se encuentran hoy en día atacados, al tiempo que han
surgido nuevos centros de poder incontrolados.
· Con la globalización y la financiarización de la economía, la cuestión de la potestad
de nuestro devenir colectivo se encuentra, de nuevo, en una fase crítica, como acaban
de ilustrarlo las crisis financieras y económicas del último decenio. El hecho que esas
crisis por el momento hayan sido superadas, al precio de inauditos sacrificios para
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decenas de millones de familias, no significa que nuestras sociedades estén al abrigo
de una tragedia mayor.
· Con las nuevas revoluciones tecnológicas – revolución de las nuevas técnicas de la
información y de la comunicación (NTIC) y la revolución genética – la cuestión de la
sociedad deseable y del buen-vivir también se plantea en términos renovados: ¿Al
servicio de qué fines, de qué proyecto de sociedad, de qué ideal de civilización
desarrollar estas tecnologías formidables y al mismo tiempo temibles?
La actualidad de estas cuestiones y de estas aspiraciones
da cuenta de la vitalidad del movimiento socialista,
que se ha constituido, históricamente,
haciéndolas suyas
Sus respuestas difieren hoy de aquellas propias al inicio y a la mitad del siglo XX. Se
han extraído lecciones de la experiencia y además los problemas ya no se presentan
ahora de la misma manera. Sin embargo, las aspiraciones a una democracia cabal, a un
dominio de la economía y a su subordinación al desarrollo de la civilización,
permanecen.
· Ser socialista en el umbral de este siglo XXI significa, ante todo, continuar el largo
combate por la consolidación, el desarrollo, la consolidación de la democracia
mediante la extensión de derechos y libertades de los individuos, tanto en su calidad
de ciudadanos como en su calidad de trabajadores. Este combate pasa por el
restablecimiento de las bases mismas del buen funcionamiento democrático: la vuelta
al pleno empleo y a la seguridad social y pública. Pasa también por una reforma de las
instituciones que favorezca el perfeccionamiento de una ciudadanía activa. Pasa, por
último, por el desarrollo de contra-poderes políticos, sindicales, asociativos, capaces
de equilibrar los nuevos centros de poder que se han constituido.
· Ser socialista en el umbral de este siglo XXI significa no abandonarse a las
regulaciones espontáneas y automáticas de la economía; significa promover nuevas
formas conscientes y voluntarias de regulación. Nuevas reglas prudenciales y de
análisis de riesgos; reformas de las instituciones financieras internacionales,
edificación de un nuevo sistema monetario sobre las ruinas de Bretón-Wood;
construcción de la Unión europea y de otros agrupamientos políticos transnacionales;
cooperación entre las grandes organizaciones regionales en pos de un fuerte
crecimiento, durable, respetuoso de la naturaleza y atento al desarrollo de los países
del Sur y del Este.
· Ser socialista en el umbral de este siglo XXI significa estar alerta para que las nuevas
revoluciones tecnológicas y de la globalización estén puestas al servicio del progreso
social, de la cultura y de la democracia. Estas tecnologías deben permitir el progreso
de una nueva civilización, el advenimiento de una sociedad donde, por primera vez en
la historia de la humanidad, el tiempo libre, el que cada uno dedica a las actividades de
su elección, excedería el tiempo obligado, el que se intercambia contra un salario.
· Democracia participativa, nuevas regulaciones, civilización del tiempo libre, tales son
los objetivos del socialismo democrático, al alba del nuevo milenario. Estos se sitúan
en la continuidad del combate de los últimos 150 años y constituyen los puntos
principales de las diferencias con la derecha conservadora.
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Dieppe (Francia), julio de 1999